domingo, 30 de diciembre de 2012

La Reliquia de San Vicente Mártir en Zalamea la Real


San Vicente Mártir
La Fe, la fides latina, sin duda es uno de los pilares más consistente en la vida del hombre religioso. Esa Fe no es más ni menos que la creencia en algo o en alguien en quién depositamos nuestra confianza. En el caso del cristiano-católico, un Dios único al que denominamos Yaveh. Pero la Fe monoteísta del Antiguo Testamento que posteriormente adoptó el Cristianismo en todas sus Iglesias, poco tiempo mantuvo el valor originario de creencia en lo etéreo, tal como indicaba San Pablo en su carta a los Hebreos la Fe es la certeza de lo que se espera y la evidencia de lo que no se ve” (Heb 11:1). Así, a lo largo de la Historia, el Cristianismo tuvo que fortalecer esta fe en base a una serie de elementos que acercaran el conocimiento de lo divino a una población en la que la abstracción de la deidad no era suficiente para mantener viva la llama de sus creencias. Entre dichos elementos aparecieron las reliquias, elementos tangibles, visibles, perceptibles y materialmente cercanos al hombre, que hacían que esa fe primigenia en lo desconocido asumiera un importante valor material para enfatizar la confianza en Dios. Éstas fueron elementos directamente relacionados con los Santos (ropajes, lugares de martirio, objetos tocados por ellos,…) o, con mayor importancia, sus propios cuerpos (o parte de ellos).
Desde los primeros cristianos comenzaron a conservarse elementos relacionados con aquellos que habían sido perseguidos y martirizados. La adoración de estos destacados hombres de fe, muchos de ellos encumbrados a la categoría celestial de Santos y Mártires del cristianismo, fragmentó en cierta medida el monoteísmo primigenio y abrió de alguna manera el espectro celeste a adorar. Fue entonces cuando muchas comunidades experimentaron la necesidad de conservar entre sus elementos de adoración reliquias de sus hermanos asesinados en persecuciones paganas, lo que dio origen a todo un entramado de búsqueda, conservación e incluso combates entre fieles en pos de la consecución  de dichos vestigios divinos.  A partir del siglo VI muchos de los cuerpos de los mártires conservados en las diferentes comunidades comenzaron a fragmentarse para  cubrir la demanda en el mundo cristiano. Y todo ello, por supuesto, acrecentado durante la Edad Media, en la que el mundo en torno a las reliquias de los santos constituye una parte destacada de esta etapa histórica. Las reliquias dieron prestigio a dichas ciudades.
Brazo incorrupto de San Vicente conservado en la Catedral de Valencia.
Quizás las reliquias más importantes sean las relacionadas directamente con Jesús de Nazaret, como el Sudario de Turín o el Lignum Crucis (entre otros elementos). Pero no de menor grado de adoración son elementos relacionados con los Santos. Para no alargarnos y centrarnos en San Vicente, decir que muchos han sido los elementos que se han adorado del Mártir oscense. Destaca la Túnica de San Vicente, que libró a las zaragozanos del asedio de los francos de Childeberto a mediados del siglo VI, cuando sus habitantes se pusieron bajo la protección de dicha prenda. En agradecimiento, el Obispo de Zaragoza , tras levantar el propio asedio, entregó al rey franco la túnica, que fue trasladada a París, donde se construyó el edificio religioso más antiguo de la ciudad, dedicado a la Santa Cruz y a San Vicente Mártir. Además algunos autores citan elementos del Santo repartidos por varias ciudades y pueblos de España, Francia, Italia y Portugal, destacando el brazo de San Vicente que se conserva en la Catedral de Valencia.
A este respecto, hace 236 años llegó a nuestra localidad una reliquia de San Vicente Mártir para que los zalameños pudieran adorar, más allá de la imagen del mismo, sus restos. En el mes de mayo de 1777, el Reverendísimo Padre Maestro Manuel Gil Clérigo Menor traía desde Roma a la villa de Zalamea restos del Santo y una bula que autentificaba la reliquia. Como Visitador General del Arzobispado había ido a Roma a entregar sus informes y de allí había aportado unos restos de San Vicente “...para que quedase en esta villa su patria como una expresión o señal del mucho amor que lo profesa...” Sebastián Millán, Hermano Mayor de la Cofradía, se congratulaba del hecho, agradecía al Padre Manuel Gil la traída del vestigio y emplazaba al sacerdote Francisco Martín Lancha a custodiar en el archivo eclesiástico la bula que autentificaban los restos del santo. Ésta, escrita en latín, indicaba lo siguiente:

Documento que acredita la autenticidad de la reliquia . 
Francisco Antonio Marcucci, Patricio Asculano de la Inmaculada Concepción, por la gracia de Dios y de la Sede Apostólica obispo de Monte Alto en el Piceno, Abad de Monte Santo, en el Abruzo, Prelado doméstico de Su Santidad y Asistente al solio pontificio, y Vicario de Roma.
A todos y a cada uno de los que vieran nuestras presentes cartas, damos fe y testificamos que, para mayor gloria de Dios y veneración de sus santos, hemos dado y concedido una reliquia sagrada de los huesos de San Vicente Mártir, extraída de lugares auténticos, y legítimamente reconocida y colocada en una teca de plata, de forma oval, protegida por un cristal, bien cerrada y atada con una cinta de seda de color rojo, con la facultad de retenerla, donarla a otros, y de exponerla a la publica veneración de los fieles y colocarla en cualquier iglesia, oratorio o capilla.
En fe de lo cual, mandamos a nuestro Secretario, que suscribe, expedir las presentes letras testimoniales, suscritas de mi mano, y refrendadas con nuestro sello.
Dado en Roma, en nuestra sede, en este día veinticuatro de mayo del año mil setecientos setenta y siete.
Francisco Antonio, obispo de Monte Alto,Vicario.
Pedro Argenti, secretario. Gratuito
Pocos meses después, el 20 de diciembre,  el Arzobispado ratificaba la autenticidad de la reliquia y de la bula a través de un auto de aprobación y licencia. El licenciado Ignacio Zalduendo y Luquin “...haviendo visto y reconocido en presencia de mi, el insfrascripto Notario maior la reliquia que se expresa en la authentica de la buelta, y hallandola conforme a ella, su señoria la dec1aró por cierta y verdadera, y la aprobaba y aprobó por tal, y dio su licencia para que se pueda exponer al publico en qualquier lugar sagrado para que se le de el debido culto y veneración pública...”
 La reliquia la conservó la cofradía en la iglesia parroquial y la bula en el archivo de la iglesia. Ambos vestigios pudieron desaparecer del recinto tras la entrada de las tropas napoleónicas en Zalamea y tras los destrozos y robos ocasionados en el templo al usarlo como lugar campaña. En aquella ocasión la mayor parte del patrimonio documental desapareció con la destrucción del archivo, además del robo de los ornamentos que componía en patrimonio del lugar.

                                                                                              José Manuel Vázquez Lazo

domingo, 2 de diciembre de 2012

Las Candelas en Zalamea la Real. Del dogma inmaculista a la celebración popular.


La honra, celebración y defensa de un hecho puramente teológico y dogmático como es la Inmaculada Concepción de la Virgen María fue fortaleciendo el corpus antropológico, religioso, patrimonial y cultural de muchos lugares de España a lo largo de la Historia. La gran mayoría de estos elementos festivos se fueron conservando en el tiempo hasta completar el hecho tradicional y cultural de muchas localidades españolas. Zalamea la Real es una de ellas, ya que contempla en su calendario festivo anual una de las tradiciones más arraigadas de su historia: “El Día de las Candelas”, celebrado en la octava del novenario a la “Purísima Concepción”.
La definición del dogma de la Inmaculada Concepción se consolidó el día 8 de diciembre de 1854 a través de la Bula Ineffabilis Deus,  emitida por el entonces Papa Pío IX: “…Definimos, afirmamos y pronunciamos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción…” (la fecha de la celebración van en correlación con la festividad del nacimiento de la Virgen, 9 meses después, el día 8 de septiembre y cuya festividad parece ser anterior a la de la Inmaculada). Así la Iglesia Universal preservaba la idea de que María, madre de Jesús de Nazaret, no había sido manchada por el Pecado Original al que están expuestos el resto de humanos tras la desventura de Adán y Eva por su desdichado  affaire en el Paraíso.
A pesar de que la devoción a María sin mácula había calado desde hacía siglos en la mayor parte del mundo católico popular, la Iglesia no había dado el paso definitivo para considerar el hecho como algo teológicamente admitido. De hecho, el propio Santo Tomás de Aquino había sido uno de los grandes detractores de la pasión inmaculista, hasta tal punto que sus teorías habían demorado, en gran medida, el acuerdo definitivo para ser aceptada como teológicamente veraz. La premisa tomista indicaba que  la Virgen no pudo ser concebida Inmaculada, porque entonces no habría sido redimida por Jesucristo en su muerte de cruz. El culto, muy popular ya en el siglo XII, no encontraba una solución teológica final en el XIII. Incluso la Sede Apostólica Romana no apoyaba dicha festividad, por considerarla como un asunto meramente popular. Frente al cauteloso posicionamiento de Santo Tomás, encontramos, también en el siglo XIII, a Duns Escoto, que no dudó en argumentar con firmeza la veracidad de la inmaculada concepción de la Virgen. De esta manera, los teólogos decimonónicos que afianzaron las bases del dogma asumieron las premisas del pensador escocés,  indicando a este respecto que Dios había preservado a María de toda mancha en atención a que iba a ser madre de Jesús. La infalibilidad papal de Pío Nono consolidó el dogma.
Pero la defensa, acérrima en muchas ocasiones, de este hecho parte mucho más atrás en el tiempo. Ya San Fulgencio o San Ildefonso, en los siglos VI y VII habían declarado su convencimiento sobre el nacimiento inmaculado de María. Incluso en el IV Concilio de Toledo (633) se ensalzó la reforma del Breviario realizada por San Isidoro de Sevilla, donde se hablaba del Oficio de la Inmaculada Concepción de María, al que llamaba preservada de la culpa original.  En el XI Concilio de Toledo, el rey Wamba también defenderá la Purísima Concepción de María. Desde el siglo XIV, la gran mayoría de las cofradías religiosas españolas adoptarán entre sus postulados la defensa del nacimiento inmaculado de la Virgen. Monarcas españoles de gran trascendencia histórica como Fernando III el Santo, Carlos V o Felipe II fueron acérrimos defensores de la Purísima, llevando sus insignias a los campos de batalla, o declarando, como hizo éste último, la obligación de las Universidades españolas ( y a otras instituciones) de hacer voto de defender el misterio. Incluso en 1644, al margen de la declaración definitiva de Roma algunos años más tarde, la conmemoración sería declarada “fiesta de guardar” en España, adoptándose a la Inmaculada oficiosamente como patrona del país.
El 25 de diciembre de 1760 el Papa Clemente XIII, mediante la bula “Quantum Ornamenti”, y tras la petición del rey Carlos III (que crearía en honor a la Purísima la Órden de Carlos III en 1771), declaraba a María Inmaculada, patrona de España. Un año después, el 3 de diciembre de 1761 se decidió instaurar una función principal a la Concepción en Zalamea la Real. Juan Román López y Pedro Marín Moxedas, Alcaldes Ordinarios; Pedro Gómez Moreno, Alguacil; Alonso Bautista Romero, Joseph González, Thomas Sánchez Bexarano y Juan Díaz Serrano, Regidores del Consejo, Justicia y Regimiento de la villa decidieron que “…como es publico y notorio como por nuestro Mui Santo Padre Clemente trece que actualmente gobierna la universal iglesia por un especial breve dado en Roma en 8 de noviembre del año pasado de 1760, a nombrado a la reyna de los Ángeles Maria Santísima Nuestra Madre y señora en el misterio de su inmaculada concepción por patrona universal y principal de toda la España sin detrimento del Patronato principal y general que en ellos tiene el Apóstol Santiago: y con esta noticia el cavildo eclesiástico de esta villa para mas onra y gloria de Dios Ntro. Sr. Y dicha soberana reyna an acordado hacer fiesta a esta señora el día de su Purísima concepción de este año con su octavario...”. Para la fiesta se destinarían 800 reales de los bienes de propio para sufragar los gastos de los fuegos de mano y ruedas, para pagar al tamborilero que tocaría durante toda la octava y para la fiesta particular del sexto día “... y publíquese que todos los vecinos de esta villa en los días 7, 8 y 12 de este presente mes según la posibilidad de cada uno y a estilo del país pongan luminarias en las ventanas y puertas de sus casas para mayor regocijo y solemnidad de estas funciones...”.
Así nacía, oficialmente, la festividad de la Inmaculada Concepción en Zalamea la Real. Y tomamos esta fecha, teniendo en cuenta que no tenemos documentación anterior a este hecho que nos muestre otra cosa, como génesis de dicha solemnidad en la localidad y como origen del “Día de las Candelas”.
A la celebración religiosa con su novenario, la Purísima cuenta en Zalamea con una de las festividades más entrañables de la localidad. Desde los primeros días de diciembre, niños y no tan niños comenzarán a recoger de los montes grandes haces de leña de la planta de la jara (cistus jara) para configurar enormes piras en las calles zalameñas. Grupos de niños, jóvenes y adultos formarán estas grandes lumbreras en las principales calles de la localidad. Con un cuerpo central formado por un esqueleto de maderos y troncos, la pira será forrada con las jaras recolectadas días antes. En la víspera de la celebración, es decir, en la tarde- noche del 7 de diciembre, tras la ceremonia de la novena, y con el repique de campanas como señal de inicio del encendido, las calles del pueblo se ornarán con el fuego de las enormes hogueras, que ofrecerán una enigmática y bella imagen de la noche zalameña en los preludios de la Navidad. El fuego purificador se hace presente en esta fiesta, usando este elemento de la naturaleza como elemento ceremonial por el hecho de la concepción inmaculada de la Virgen. Si utilizamos la analogía que nos ofrece esta misma festividad en otras localidades de Extremadura o Castilla la Mancha, con una similitud casi pasmosa (hacimientos de enormes piras y quemas de “Jachas” hechas de gamonitas), los estudiosos de dichas localidades hablan del fuego de las hogueras como la representación de la pureza de la Virgen María. Junto a las grandes candelas, otro elemento tradicional que completa la costumbre de este día: las jachas. Los padres y abuelos, semanas antes, habrán salido al campo a recoger en pequeños haces la planta seca de la gamonita, para formar alargados hachones. Éstos serán usados por los niños que, acercándose a las candelas, les prenderán fuego  y las quemarán a modo luminaria. La estampa nocturna se completará con los estruendos producidos por el lanzamiento de cohetes y petardos.
Actualmente esta histórica tradición zalameña de la Edad Moderna goza de buena salud, consolidándose como costumbre desde hace algunos años, el terminar la noche asando carnes y chacinas en el borrajo de la candela ya liquidada.

José Manuel Vázquez Lazo





lunes, 29 de octubre de 2012

"Sit tibi terra levis". La muerte en Zalamea la Real durante el Antiguo Régimen.


Que la tierra te sea leve. La idea de trascendencia que los romanos otorgaban a la vida más allá de la muerte generó este tipo de epitafios que confirmaba la idea de una vida más allá de la vida. Usado de forma generalizada en gran parte de las lápidas de época romana precristiana, la abreviatura S·T·T·L  (y sus variantes) ofrecía al difunto el consuelo de los vivos para soportar el peso de la tierra sepulcral. Esta idea de trascendencia es consustancial al hombre, o al menos a los miembros de aquellas culturas y sociedades que generaron algún tipo de consciencia mística o espiritual a lo largo de la Historia. Hemos comprobado en múltiples ocasiones cómo desde los albores de la Humanidad los seres humanos han intentado ofrecer a sus difuntos un liviano traspaso del mundo de los vivos al de los muertos a través de una serie de rituales y liturgias propias de cada época. Y un ejemplo muy cercano lo tenemos en los dólmenes que aún mantienen sus estructuras en nuestros campos, los vestigios ceremoniales y sepulcrales más antiguos conservados y repartidos por gran parte del término municipal de Zalamea la Real.
La riqueza antropológica, más allá de la histórica, que ofrece el hecho de la muerte y de su afrontamiento por parte de los hombres, brinda a los investigadores un importante caldo de cultivo para la investigación de la mentalidad de los individuos de cada época. Así podemos decir que el estudio de la muerte es uno de las empresas más destacadas de aquello que se conoce como Historia de las Mentalidades.
Dejando a un lado el estudio de la muerte en época prehistórica y antigua, y saltándonos la Edad Media, nos introduciremos en los entresijos de la llegada de la muerte a un hogar zalameño del siglos XVIII, cuando la religiosidad prácticamente rodeaba las formas de actuar y de pensar de los habitantes de este pequeño núcleo de población del antiguo Arzobispado de Sevilla.
Si es cierto que el hecho absoluto de la muerte, es decir, el cese de la vida, afecta a todos los ciudadanos por igual, el proceso que envolvía a la misma no se desarrollaba en todos los hogares de forma paralela. En función de la capacidad adquisitiva de cada familia, el moribundo tendría uno u otro trato en su propio sepelio. No cabe duda que, como pasa hoy en día, los entierros no eran fruto de la gratuidad de las personas ni de la iglesia, sino que su conquista estaba determinada por el bolsillo del fenecido. Aquellos que por circunstancias mundanas habían caído en la pobreza y en la enfermedad, o se encontraban lejos de su hogar, o no tenía más recursos que la calle, sufrían un controvertido acceso a un entierro cristiano digno. De ahí la aparición de los Hospitales de la Sangre o de los Hospitales de la Caridad que se hicieron cargo de aquellas personas que ahogaban sus vidas en la más extrema pobreza y en el olvido. A este respecto la Historia de Zalamea la Real nos ha dejado claros ejemplos del cuidado asistencial de los pobres. Tenemos constancia documental de la existencia de tres hospitales en la localidad:  la Hermandad de la Vera Cruz (1580) ejercía su auxilio en el Hospital de la Sangre u Hospital de Santa María de Augusta, donde se daba acogida a peregrinos, enfermos, pobres y moribundos y donde se ejercía la caridad con ellos aportándoles atención. Dicho Hospital ya formaba parte de la cofradía desde su fundación, teniendo, además de las funciones asistenciales, las propias de culto:  “...establecemos y hordenamos esta nuestra hermandad a gloria y honra del omnipotente dios y de la soberana virgen nuestra señora del angustia y culto de la santa vera cruz para provecho y augmento de nuestras animas hordenamos la Regla y capítulos siguientes cuyo titulo y devoción queremos tener en el Hospital de Santa Maria del Angustia de esta villa de çalamea a donde los cofrades y hermanos se quiera ayuntar a hacer sus cabildos y fiestas y devociones de disciplina del jueves santo...” ; la Hermandad de San Vicente (1425), que recordemos indicaba en sus reglas que Juan de las Armas y su hermana Catalina González cedieron las casas y Hospital que se nombro Hospital de la Cofradía del Señor San Vicente, indicando además en sus reglas que “…se a de dar la charidad a todos los que binieren a rrogar a Dios por los diffuntos y a los niños que binieren y para este effecto se ha de comprar el bino que la hermandad acordare conforme viere la hermandad y los quessos que ffueren menester y sea de acer cocido[...]y sea de rrepartir en esta forma con los hermanos y pobres que binieren a reçar y con los niños que vinieren a el dicho hospital dándole a cada uno su limosna igualmente de pan, queso y vino...”.;  y en tercer lugar el Hospital de Nuestra Señora de la Asunción…que bulgarmente llaman el Hospital de Balera …”, o al que se denominó también en tiempo Hospital de San Francisco, al que dedicaremos un artículo futuro. Junto a estos hospitales, otro ejemplo de consuelo del más necesitado lo tenemos en la existencia de la Hermandad de la Santa Caridad, que ofrecía “…asistencia de pobres, curación de algunos enfermos que en el discurso del año se recogen en el Hospital, entierro que se hacen de limosna y otros que se le ofrecen los costea el número de hermanos según su propia ordenanza hechas por sí y que están con aprobación del eclesiástico...”.
Además de todo ello, cada una de las Hermandades existentes en el pueblo tenía una serie de obligaciones que cumplir para el velo y sepelio de los hermanos difuntos, con lo que todo el mundo tenía garantizada, de alguna manera, la oración y el respeto ante la muerte y su traslado a la sepultura.
Pero aquellos personajes más pudientes, en función de su riqueza y del deseo de  mantener su alma a buen recaudo, sí que tenían un protocolo bien demarcado  en sus horas finales. Fiel reflejo de ello es el estudio de los testamentos que se conservan en los archivos y que ponen de manifiesto una clara imagen de esa mentalidad piadosa del hombre ante la muerte. No vamos a hacer en este escueto artículo una extensa disertación sobre el hecho de la muerte del hombre del Antiguo Régimen en Zalamea la Real, pero, al menos, vamos a identificar los componentes más destacados del texto final del moribundo a la hora de hacer testamento, pues ahí si que se pone de manifiesto la situación psíquica del doliente ante lo que se le avecinaba, y es que memento homo, quia pulvis es, et in pulieren reverteris.
Pongamos algunos ejemplos:
1         La invocación: Cada testador y cada escribano público utilizará en el texto del testamento una serie de apartados cuyo contenido literal será revelador de los últimos deseos del agónico personaje. El primero será la invocación, donde se abría el testamento invocando a la divinidad (Dios, la Virgen, los Santos y la Santísima Trinidad):
§        “En el nombre de Dios nuestro Señor Todopoderoso Amén” (Testamento de Francisco Domínguez Bernal en 1797).
§        “In Dei Nomine, Amen”  (Testamento de Juan de la Cruz López en 1797)
§        “En el nombre de Dios Amén” (Testamento de Gabriel Alejandro Sanz en 1791)
2       La salud: tratándose de su última voluntad, el testador, que iba a ceder a sus herederos las posesiones que estimaba oportunas, dejaba bien claro ante el escribano público su completa disposición mental para hacerlo, a pesar del  definitivo momento vital por el que atravesaba. Era esencial para que los herederos no alegaran ningún tipo de manipulación en la concesión de heredades motivadas por la delicada salud del futuro finado.
§        “…estando enfermo del cuerpo y sano de la voluntad, en mi entero juicio y entendimiento natural y que Dios nuestro señor fue servido quererme dar…”   (de Francisco Domínguez Bernal en 1797).
§        “…hallándome como me hallo con una avanzada edad y con varios achaques habituales que trae consigo y al presente en cama pero en mi cabal juicio, habla, memoria y natural entendimiento qual la divina majestad ha sido servido quererme dar…”  ( de Juan de la Cruz López en 1797).
§        “…estando gravemente enfermo del cuerpo pero sano y libre de mis potencias y sentidos, en mi entero juicio y entendimiento natural que Dios nuestro señor fue servido quererme dar…” (de Silvestre González, de El Villar, en 1797).
3        La Protestación de Fe: es el apartado del testamento donde el enfermo va a declarar profusamente su fe católica. Toda una declaración de fidelidad a sus profundas creencias cristianas:
§        “…creyendo como firme y verdaderamente creo en el soberano y Divino Misterio de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas, y un solo Dios verdadero, en todos los demás artículos y misterios, que cree, confiesa, predica y enseña nuestra Santa Madre Iglesia Catholica, Apóstolca, Romana bajo cuya fe y creencia he vivido y protexto vivir y morir como fiel católico christiano y porque temo la muerte, que es cosa natural a toda criatura humana…”  (de Francisco Domínguez Bernal en 1797).
§        “…después de confesar como verdaderamente confieso por ciertos y verdaderos  todos los soberanos misterios de nuestra Santa Religión que están contenidos en el Credo, y artículos de la santa fee, los que creiendo sin duda alguna, y lo demás que Dios ha revelado a su esposa amada Nuestra Santa Madre la Iglesia, y esta ha porpuesto, en cuia firme fee y segura creencia he vivido siempre, y espero morir…”  (de Gabriel Alejandro Sanz en 1791).
4       La encomienda: el doliente  muestra la disposición del futuro difunto para dejar su alma en manos de Dios:
§        “Encomiendo mi alma a Dios Nuestro Señor, que la crió de la nada, hizo y formó a su ymagen y semejanza y redimió de la culpa con el infinito precio de su Santísima Sangre, Pasión y Muerte que por ello padeció y le suplico me la quiera llevar a su gloria eterna con sus excogidos y el cuerpo ofrezco a la tierra de cuio elemento fue formado…” (de Juan de la Cruz López en 1797).
§        “…encomiendo mi alma a Dios Nuestro Señor, que con su poder la crió de nada y la pongo en sus divinas manos pues de ellas la recibí para que mediante  los superabundantes méritos de mi señor Jesu Christo quien a costa de haver derramado su sangre preciosísima la redimió con ella, se digne por propio efecto de su bondad inmensa llebarla a descansar a la eterna gloria, teniendo misericordia de ella y perdonándome todas las culpas y pecados con las demás ofensas que contra su divina Magestad hubiere ejecutado y cometido.” (de Gabriel Alejandro Sanz en 1791).
5        La Intercesión: el cristiano, temeroso de Dios a lo largo de la historia, buscó intercesores celestiales para acceder al Dios verdadera como paso intermedio para llegar a la gracia divina. Los testamentos también ponen de manifiesto la particular devoción de cada testador:
§        “…para lo que invoco por mi intercesora y abogada a la Soberana siempre Virgen María y demás Santas y Santos de la Gloria que rieguen a Dios por mí…” (de Francisco Domínguez Bernal en 1797).
§        “…para lo qual pongo por intercesora, medianera y abogada a la Reyna de los Ángeles María Santísima Señora Nuestra  a el Santo Ángel de mi Guarda, los de mi nombre y devoción, y a todos los demás de la Corte Celestial para que impetren y me alcanzen de Nuestro Señor y Redentor Jesu-cristo el perdón y remisión de todas mis culpas y pecados, que por sus infinitos méritos espero conseguir y que después de esta presente vida lleve mi alma a gozar de su beatífica presencia…” (del Bachiller Manuel Bernal, Presbítero, en 1836).
6       La sepultura: como decíamos al inicio, no todos los habitantes de la localidad tenían el mismo tipo de enterramiento. Por regla general, aquellos que hacían testamento eran las personas de vida más acomodada, por lo que generalmente poseían un lugar de enterramiento (siempre en el interior de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción) que había pertenecido históricamente a su familia. Además de ellos, los Sacerdotes tenían un lugar privilegiado de enterramiento, normalmente en el Coro de la Iglesia o bajo el altar mayor. Junto al lugar de sepultura, es indicativo la mortaja usada por cada difunto, dispuesta con antelación a la muerte en el mismo testamento:
§        “Y mando que verificándose mi fallecimiento mi cuerpo sea sepultado en la yglesia parrochial de esta villa su título Nuestra Señora de la Asumpcion con la mortaja de costumbre, y se me haga un entierro según y en mi conformidad lo dispusiese Juan Domínguez Bernal, mi hijo legítimo a quien he nombrado por uno de mis albaceas…”  (de Francisco Domínguez Bernal en 1797).
§        “…mando que verificándose mi fallecimiento, mi cuerpo sea sepultado en la Iglesia Parrochial de esta villa, amortajado con la túnica blanca que tengo como Hermano de la Hermandad de la Santa Vera Cruz…” (de Manuel Lorenzo Trigo en 1774).
§        “…item, mando que verificándose mi fallecimiento, mi cuerpo amortajado, según dispusiesen mis albaceas, sea sepultado en la iglesia Parrochial de esta villa, su titular Nuestra Señora de la Asunción, en una sepultura de la capilla de Nuestra Señora del Carmen…” (de Lucía Gómez en 1775).
§        “Mando que cuando Dios Nuestro Señor Sea mandado llevarme de ésta para la otra vida, mi cuerpo sea sepultado en la Iglesia Parrochial de esta villa en una sepultura que para este efecto se me abrirá en la entrada de una de sus puertas  la que mira al mediodía amortajado con el habito de Capuchinos de cuia Religión soy y he sido síndico y hermano espiritual y enzima las vestiduras sacerdotales” (de Juan Lorenzo de Bolaños, Presbítero, en 1776).
§        “…verificado mi fallecimiento, quiero que sea sepultado en la Iglesia Parrochial de esta villa con vestiduras sacerdotales y en la sepultura que mis albaceas elijan, pero mi voluntad es que sea en el coro, a los pies  donde tengo mi asiento como tal cura.” (Juan Vázquez de León, Presbítero, en 1771).
§        “…mando mi cuerpo a la tierra de que fue formado y por cuanto soy único Patrono y Fundador de la devota Hermita del Santo Sepulcro de esta villa por haberla hecho construir y edificar a mis expensas según consta de los justos y legítimos títulos que de todo tengo, quiero y es mi voluntad que usando de la licencia que para hacerlo se halla en mi poder, sea en ella enterrada mi cuerpo y se le de sepultura en el modo y forma que aquí se expresa…” (de Gabriel Alejandro Sanz, en 1791).
7        El entierro: el deseo de perpetuar el alma en la gloria del cielo llevó a los testadores a crear todo un entramado de misas por su alma que, por ello,  logró mantener un nutrido grupo de sacerdotes en Zalamea (hasta 43 simultáneamente se contabilizan en cierta la Modernidad zalameña). La fundación de Capellanías y Obras Pías por los ciudadanos de mayor capacidad monetaria también logró sustentar a muchos sacerdotes beneficiados que vivieron de las rentas de las misas que los finados dejaban pactadas por escrito:
§        “…se me haga un entierro de tres posas en el tránsito, una vigilia, Misa Cantada de Cuerpo Presente y después unas grazias que vendrán a rezarse a las casas de mi morada. Así mismo se me diga otra misa cantada en lugar de cabo de año, y que en este día se repitan otras grazias como las antecedentes en dichas casas. Ygualmente mando se digan por mi ánima e intención las de dichos mis Padres y demás del Purgatorio que sean de mi obligación, ciento y cincuenta misas; y por cargos de conciencia, cincuenta, todas rezadas, con la limosna de quatro reales de vellón cada una, la quinta parte de todos a la Colecturía y las demás las distribuirán mis albaceas para que sean dichas en esta citada villa y solo en el caso que no puedan ser aplicadas con brevedad los podrían mandar decir fuera de ella…”  (de Juan de la Cruz López en 1797).
§         “el día de mi fallecimiento, o en el siguiente, se cante una misa de vestuario en el altar del Señor San Miguel que está en la Hermita de Señor San Juan Bautista de esta villa […] Mando y ordeno que aquella cera que se suele poner en las sepulturas para sufragio de las almas de los que yacen en ellas, y que por charidad me havian de poner en la mía mis parientes, o amigos, lo pongan en el Altar donde esta el Santísimo Sacramento oculto o manifiesto pues quiero cederle al Señor este honor […] Mando y es mi voluntad instituir, y de hecho instituyo una memoria perpetua de nueve misas rezadas, su limosna 3 reales de vellón cada una, las que quiero se digan en la hermita de esta villa conocida a el presente por el de la Pastora, en el altar propio del Señor San Miguel, que he costeado a mis espensas, haciéndole camarín, retablo y demás adornos que hoy tiene […]” (de Juan Lorenzo de Bolaños, Presbítero, en 1776).
Al margen de la imagen de la muerte durante el periodo, ni que decir tiene la riqueza informativa que nos dejan los testamentos a la hora de estudiar otros aspectos de la vida zalameña. La visión que nos ofrece este tipo de documentos es especialmente relevante para conocer mentalidades, lugares, fechas, nombres, cargos, personajes y heredades durante la Edad Moderna en Zalamea la Real.
La muerte, como hemos podido comprobar, es su faceta más material, distinguía entre ricos y pobres (aunque esta verdad no dista mucho de lo que hoy en día se manifiesta). Pero, como dice la locución latina, aequat omnes cinis, la ceniza nos iguala a todos.

José Manuel Vázquez Lazo

lunes, 1 de octubre de 2012

De la gubia de Patrone y del dorado de Ojeda

 A inicios del XVI, la  lucha dogmática de Roma contra la amenazante figura del agustino Lutero llevó a la Iglesia Católica a reformar la mayor parte de sus estructuras. Pero la reacción de la cúpula eclesial romana fue extremadamente tardía, para hacer frente al desafío del incipiente Protestantismo germano puesto que desde la irrupción de Las 95 tesis de Martín Lutero en 1517, hasta la convocatoria del Concilio en 1545 (a pesar de las premuras del emperador Carlos V para su celebración) pasaron tantos años que el incendio religioso fue casi inextinguible. A pesar de ello, la denominda Contrarreforma pudo atajar en gran medida el avance de los cismáticos luteranos. El citado Concilio convocado en la ciudad italiana de Trento puso en marcha la mayor reestructuración de la Iglesia Católica hasta el bien avenido Concilio Vaticano II, para contrarrestar a la Reforma que se extendía como la pólvora por Centroeuropa a inicios de la Modernidad.
Uno de los pilares tridentinos para la potenciación de la fe católica se determinó en la vigésimoquinta sesión del congreso, en 1563, a través del llamado Decreto sobre las imágenes. El acuerdo fomentaba el culto a éstas, algo a lo que se oponían manifiestamente los reformistas. El decreto indicaba que ...se deben tener y conservar, principalmente en los templos, las imágenes de Cristo, de la Virgen madre de Dios, y de otros santos, y que se les debe dar el correspondiente honor y veneración: no porque se crea que hay en ellas divinidad, o virtud alguna por la que merezcan el culto, o que se les deba pedir alguna cosa, o que se haya de poner la confianza en las imágenes, como hacían en otros tiempos los gentiles, que colocaban su esperanza en los ídolos; sino porque el honor que se da a las imágenes, se refiere a los originales representados en ella... El culto a las Imágenes dogmáticas (Jesús, María, Apóstoles y Evangelistas, Padres de la Iglesia,...) y devocionales (Santos) se desarrollaron por doquier como indicio de la profunda fe de los cristianos católicos.En este contexto, Zalamea del Arzobispo, que ya desde 1425 había potenciado fehacientemente la confianza divina en la figura de San Vicente Mártir, se sumó  a los postulados de Trento acatando las disposiciones conciliares remarcadas por la mitra hispalense.
No tenemos constancia de cuántas imágenes del mártir oscense albergó la ermita en las primeras centurias. Sí sabemos que a finales del siglo XVIII, la presencia física de la imagen del santo debía ser realmente patética para aquellos que iban a rendirle culto, (quizás la originaria desde inicios del XV) puesto que en 1793 se convocó al escultor genovés, afincado en Sevilla, Juan Bautista Patrone, para la realización de una nueva talla de la imagen.  Dicho autor engrosaba entre sus trabajos imágenes de culto paras las hermandades sevillanas de El Valle (Magdalena y San Juan y la Verónica) y La Amargura (Santas Mujeres), que aún hoy procesionan (entre otras muchas tallas) lo que le hacía tener cierto renombre en el mundo de la imaginería hispalense. El 31 de marzo de 1793, en reunión de Cabildo General convocados en la Iglesia Parroquial in termisarum solemniam  acordaron que ... por cuanto la imagen de dicho santo que esta cofradía tiene por su mucha antigüedad que se cree ser  de mas de trescientos años esta picada su madera, desconchado su estofado y los dedos de las manos que parecen haver sido quebrados están diformes, acordaron se haga una imagen nueva del mismo santo ocultando la vieja para evitar errores supertisiosos... La talla, esculpida entre marzo y septiembre de ese mismo año, costo 500 reales de vellón, a los que hubo que sumar el pago de otros 700 al maestro dorador Juan de Ojeda. Ojeda ofrecía de nuevo enorme relevancia a la talla, puesto que era conocido por trabajar en el dorado de las obras del reconocido escultor Juan de Astorga. Dos importantes figuras de la imaginería sevillana de la época para la elaboración de la imagen del Santo Patrón de Zalamea la Real.
La  efigie perduró hasta su pérdida en 1936. De los restos de la imagen del santo de Patrone recuperados por algunos zalameños de las cenizas, la Hermandad conserva, para gozo de sus hermanos, algunos de los dedos de la mano y un pié de la talla del mártir.

José Manuel Vázquez Lazo
Boletín Hermandad de San Vicente Mártir 2012.

lunes, 10 de septiembre de 2012

María Sandalia Pérez Rico, una zalameña desposada con el fundador de la Armada Argentina.



La historia local de Zalamea la Real ha ido desgranando, a través de sus investigadores, las biografías de sus muchos personajes ilustres nacidos en esta vieja localidad andevaleña: ministros, obispos, anarquistas, historiadores, diputados,…que han ido engrosando en cartel de personajes ilustres del lugar. Pero hoy quiero traer a este apartado biográfico una pequeña reseña sobre un personaje aparentemente anónimo que, no obstante ha pasado a la historia por ser la esposa de uno de los principales personajes de la historia naval de Argentina, corsario en tiempo bajo pabellón español, y Coronel de Marina de la flota de dicho país suramericano.

Gracias a la disposición del Departamento de Estudios Históricos Navales de Argentina, que ha tenido a bien remitir una copia de la Fe de Bautismo de nuestro personaje, sabemos que María Sandalia Pérez Rico nació en Zalamea la Real el día 3 de septiembre de 1784, en el hogar familiar constituido por sus padres Joseph Pérez Rico y Juana Zarza. Dos días después de su nacimiento sería bautizada por el vicario Joseph Felipe Serrano (conocido por ser el sacerdote que dio respuestas al cuestionario emitido desde la Corte por el geógrafo Tomas López), en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, ejerciendo como padrino de bautismo su primo (mozo soltero indican los documentos) Manuel Rufino.

La ausencia de información personal de la inmensa mayoría de los ciudadanos de a pie de la España del XVIII hace que perdamos la pista de María Sandalia y su familia hasta inicios del siglo siguiente. Como muchos otros zalameños, la familia Pérez Rico la encontramos a en la primera década de 1800 en la ciudad de Cádiz, en la etapa crucial de la Guerra de Independencia contra los invasores franceses y, sobre todo, en el momento histórico de la gestación de la Constitución de 1812, La Pepa. Parece ser que a inicios de 1811 la familia Pérez Rico visitaba asiduamente en el penal del Castillo de San Sebastián de la ciudad a un amigo que había corrido la desafortunada suerte de encontrar presidio acusado de traición a la patria. El Castillo lo había convertido Carlos III en prisión militar en 1769, y en él estuvieron cautivos liberales y eminentes independentistas americanos. Uno de ellos, Juan Bautista Azopardo, marino maltés, se enamoraría de la susodicha María Sandalia, doce años más pequeña que el prisionero. El sentimiento de ella hacia el marino no sería menos.


Juan Bautista Azopardo

Azopardo había nacido en la localidad maltesa de Senglea en 1772. Ya desde pequeño había estado vinculado al mar, situación que se afianzó cuando emigró para estudiar construcciones navales en la localidad francesa Tolón. Su estancia en tierras galas en una época de grandes cambios políticos e ideológicos fue fraguando su espíritu liberal que no tardaría en poner en práctica años más tarde.
Antes de consolidar su figura pública como héroe de la marina argentina, Azopardo había ejercido de corsario contra los intereses de la Armada inglesa haciendo uso de las patentes de corso ofrecidas tanto por Francia como por España. En este contexto las crónicas destacan su labor frente a los navíos ingleses en la invasión de Buenos Aires en 1806 y 1807. Había llegado a tierras sudamericanas a inicios de 1800 y sus hazañas como segundo Comandante del navío corsario “Dromedario” (bajo pabellón español) frente a los ingleses comenzaron a fraguar su leyenda. Tanto que el gobierno español no tardó en elogiar su trabajo hasta el punto de declararle  “Teniente Coronel de las Milicias Urbanas” en Buenos Aires.


Pero Juan Bautista Azopardo daría un giro a sus intereses políticos, ideológicos y, por qué no, sentimentales cuando en el proceso revolucionario de 1810 se puso del lado del pueblo criollo. En el  Virreinato del Río de la Plata se había ido consolidando el ideario liberal importado de Europa (tras la Revolución Francesa) y de los Estados Unidos  (después de su Guerra de Independencia) desde inicios de siglo. La noticia de la total ocupación napoleónica del territorio español en 1810 llevó a Buenos Aires a proclamar su Revolución de Mayo. El marino Azopardo organizó una flotilla, para lo que muchos historiadores argentinos es la génesis de la Armada de este país, cuando alistó a la goleta "Invencible", el bergantín "25 de Mayo" y la balandra "Americana" y ascendió el río Paraná para hacer frente el 2 de mayo de 1811 a la fuerza naval española en San Nicolás de los Arroyos. La derrota argentina llevó a Azopardo a la reclusión primero en Montevideo y posteriormente a Cádiz.

María Sandalia, fiel enamorada del marino maltés, no cejó en su entrega a éste en sus años de reclusión. La relación entre nuestra ilustre zalameña y el prisionero no se relajó en los 9 años de cautiverio de éste. Su escaso tiempo de reunión no fue impedimento para que en 1814 naciera el hijo de ambos, Luis Antonio María de los Ángeles. Pero la desconexión familiar aumentó cuando Azopardo fue trasladado en febrero de 1815 al Castillo San Fernando de la Cortadura, y más aún cuando pasó a la prisión de Ceuta (donde indican algunos textos que compartió prisión con el inca Tupac Amaru) quedando su esposa e hijo en Cádiz. Indica la biógrafa de Azopardo, Mercedes G. Azopardo, cómo María Sandalia durante el cautiverio de Azopardo en España sufrió junto con su esposo los más grandes dolores morales, pero supo afrontar la adversidad con entereza y esperar el retorno del amado para juntos emprender el camino que idealmente forjara.

Tras tres condenas a muerte y otros tantos indultos, la Revolución Liberal de Riego le ofreció el indulto definitivo en 1820. Ese mismo año, volvería a Argentina para seguir defendiendo los intereses de la que ya era su verdadera patria. Allí obtuvo el grado de Teniente Coronel de Marina. Mientras tanto, su familia quedó es España, donde tras la convulsión generalizada después el levantamiento de Riego contra Fernando VII  lograron viajar en 1822 al lado de su esposo para, ocho años después del nacimiento de su hijo, volver a reencontrarse, ya de forma definitiva, toda la familia.

Tras varios años en activo defendiendo frente a varios enemigos exteriores la patria argentina, se retiró en febrero de 1827. A partir de entonces, como indican varios autores, vivió sumido en la pobreza y en el olvido del gobierno por el que tanto había luchado, realizando grandes sacrificios para sacar adelante a su familia. Pudieron comprar una casita en los arrabales de Buenos Aires en la calle Corrientes y Libertad, donde Juan Bautista, María Sandalia y Luis Antonio vivieron siempre  (y donde incluso nacieron sus nietos).

Poco más tenemos  para hablar de María Sandalia, cuyo paso desde Zalamea a Argentino no estuvo exento, ni mucho menos, de penalidades y desgracias. No obstante parece ser que su carácter propio de esta tierra nunca lo perdió. Dice Mercedes G. Azopardo de ella que lucía en las fiestas con sus vestidos de “sarao”; regio collar de perlas de dos vueltas, y según las circunstancias, abanico de marfil o bien un mosoba de cerda blanca y cabo de marfil tallado […] Este objeto, quizás único, debe haberlo traído de España, de origen árabe; no olvidemos que ella era de Andalucía.

Juan Bautista Azopardo murió en 1848 y María Sandalia Pérez Rico tres años después, en 1851. Su hijo había ingresado en el ejército en 1833, casándose con Alejandrina Saravia y teniendo 5 hijos. Murió en 1873. Los descendientes siguen viviendo en Argentina.

José Manuel Vázquez Lazo.