domingo, 2 de diciembre de 2012

Las Candelas en Zalamea la Real. Del dogma inmaculista a la celebración popular.


La honra, celebración y defensa de un hecho puramente teológico y dogmático como es la Inmaculada Concepción de la Virgen María fue fortaleciendo el corpus antropológico, religioso, patrimonial y cultural de muchos lugares de España a lo largo de la Historia. La gran mayoría de estos elementos festivos se fueron conservando en el tiempo hasta completar el hecho tradicional y cultural de muchas localidades españolas. Zalamea la Real es una de ellas, ya que contempla en su calendario festivo anual una de las tradiciones más arraigadas de su historia: “El Día de las Candelas”, celebrado en la octava del novenario a la “Purísima Concepción”.
La definición del dogma de la Inmaculada Concepción se consolidó el día 8 de diciembre de 1854 a través de la Bula Ineffabilis Deus,  emitida por el entonces Papa Pío IX: “…Definimos, afirmamos y pronunciamos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción…” (la fecha de la celebración van en correlación con la festividad del nacimiento de la Virgen, 9 meses después, el día 8 de septiembre y cuya festividad parece ser anterior a la de la Inmaculada). Así la Iglesia Universal preservaba la idea de que María, madre de Jesús de Nazaret, no había sido manchada por el Pecado Original al que están expuestos el resto de humanos tras la desventura de Adán y Eva por su desdichado  affaire en el Paraíso.
A pesar de que la devoción a María sin mácula había calado desde hacía siglos en la mayor parte del mundo católico popular, la Iglesia no había dado el paso definitivo para considerar el hecho como algo teológicamente admitido. De hecho, el propio Santo Tomás de Aquino había sido uno de los grandes detractores de la pasión inmaculista, hasta tal punto que sus teorías habían demorado, en gran medida, el acuerdo definitivo para ser aceptada como teológicamente veraz. La premisa tomista indicaba que  la Virgen no pudo ser concebida Inmaculada, porque entonces no habría sido redimida por Jesucristo en su muerte de cruz. El culto, muy popular ya en el siglo XII, no encontraba una solución teológica final en el XIII. Incluso la Sede Apostólica Romana no apoyaba dicha festividad, por considerarla como un asunto meramente popular. Frente al cauteloso posicionamiento de Santo Tomás, encontramos, también en el siglo XIII, a Duns Escoto, que no dudó en argumentar con firmeza la veracidad de la inmaculada concepción de la Virgen. De esta manera, los teólogos decimonónicos que afianzaron las bases del dogma asumieron las premisas del pensador escocés,  indicando a este respecto que Dios había preservado a María de toda mancha en atención a que iba a ser madre de Jesús. La infalibilidad papal de Pío Nono consolidó el dogma.
Pero la defensa, acérrima en muchas ocasiones, de este hecho parte mucho más atrás en el tiempo. Ya San Fulgencio o San Ildefonso, en los siglos VI y VII habían declarado su convencimiento sobre el nacimiento inmaculado de María. Incluso en el IV Concilio de Toledo (633) se ensalzó la reforma del Breviario realizada por San Isidoro de Sevilla, donde se hablaba del Oficio de la Inmaculada Concepción de María, al que llamaba preservada de la culpa original.  En el XI Concilio de Toledo, el rey Wamba también defenderá la Purísima Concepción de María. Desde el siglo XIV, la gran mayoría de las cofradías religiosas españolas adoptarán entre sus postulados la defensa del nacimiento inmaculado de la Virgen. Monarcas españoles de gran trascendencia histórica como Fernando III el Santo, Carlos V o Felipe II fueron acérrimos defensores de la Purísima, llevando sus insignias a los campos de batalla, o declarando, como hizo éste último, la obligación de las Universidades españolas ( y a otras instituciones) de hacer voto de defender el misterio. Incluso en 1644, al margen de la declaración definitiva de Roma algunos años más tarde, la conmemoración sería declarada “fiesta de guardar” en España, adoptándose a la Inmaculada oficiosamente como patrona del país.
El 25 de diciembre de 1760 el Papa Clemente XIII, mediante la bula “Quantum Ornamenti”, y tras la petición del rey Carlos III (que crearía en honor a la Purísima la Órden de Carlos III en 1771), declaraba a María Inmaculada, patrona de España. Un año después, el 3 de diciembre de 1761 se decidió instaurar una función principal a la Concepción en Zalamea la Real. Juan Román López y Pedro Marín Moxedas, Alcaldes Ordinarios; Pedro Gómez Moreno, Alguacil; Alonso Bautista Romero, Joseph González, Thomas Sánchez Bexarano y Juan Díaz Serrano, Regidores del Consejo, Justicia y Regimiento de la villa decidieron que “…como es publico y notorio como por nuestro Mui Santo Padre Clemente trece que actualmente gobierna la universal iglesia por un especial breve dado en Roma en 8 de noviembre del año pasado de 1760, a nombrado a la reyna de los Ángeles Maria Santísima Nuestra Madre y señora en el misterio de su inmaculada concepción por patrona universal y principal de toda la España sin detrimento del Patronato principal y general que en ellos tiene el Apóstol Santiago: y con esta noticia el cavildo eclesiástico de esta villa para mas onra y gloria de Dios Ntro. Sr. Y dicha soberana reyna an acordado hacer fiesta a esta señora el día de su Purísima concepción de este año con su octavario...”. Para la fiesta se destinarían 800 reales de los bienes de propio para sufragar los gastos de los fuegos de mano y ruedas, para pagar al tamborilero que tocaría durante toda la octava y para la fiesta particular del sexto día “... y publíquese que todos los vecinos de esta villa en los días 7, 8 y 12 de este presente mes según la posibilidad de cada uno y a estilo del país pongan luminarias en las ventanas y puertas de sus casas para mayor regocijo y solemnidad de estas funciones...”.
Así nacía, oficialmente, la festividad de la Inmaculada Concepción en Zalamea la Real. Y tomamos esta fecha, teniendo en cuenta que no tenemos documentación anterior a este hecho que nos muestre otra cosa, como génesis de dicha solemnidad en la localidad y como origen del “Día de las Candelas”.
A la celebración religiosa con su novenario, la Purísima cuenta en Zalamea con una de las festividades más entrañables de la localidad. Desde los primeros días de diciembre, niños y no tan niños comenzarán a recoger de los montes grandes haces de leña de la planta de la jara (cistus jara) para configurar enormes piras en las calles zalameñas. Grupos de niños, jóvenes y adultos formarán estas grandes lumbreras en las principales calles de la localidad. Con un cuerpo central formado por un esqueleto de maderos y troncos, la pira será forrada con las jaras recolectadas días antes. En la víspera de la celebración, es decir, en la tarde- noche del 7 de diciembre, tras la ceremonia de la novena, y con el repique de campanas como señal de inicio del encendido, las calles del pueblo se ornarán con el fuego de las enormes hogueras, que ofrecerán una enigmática y bella imagen de la noche zalameña en los preludios de la Navidad. El fuego purificador se hace presente en esta fiesta, usando este elemento de la naturaleza como elemento ceremonial por el hecho de la concepción inmaculada de la Virgen. Si utilizamos la analogía que nos ofrece esta misma festividad en otras localidades de Extremadura o Castilla la Mancha, con una similitud casi pasmosa (hacimientos de enormes piras y quemas de “Jachas” hechas de gamonitas), los estudiosos de dichas localidades hablan del fuego de las hogueras como la representación de la pureza de la Virgen María. Junto a las grandes candelas, otro elemento tradicional que completa la costumbre de este día: las jachas. Los padres y abuelos, semanas antes, habrán salido al campo a recoger en pequeños haces la planta seca de la gamonita, para formar alargados hachones. Éstos serán usados por los niños que, acercándose a las candelas, les prenderán fuego  y las quemarán a modo luminaria. La estampa nocturna se completará con los estruendos producidos por el lanzamiento de cohetes y petardos.
Actualmente esta histórica tradición zalameña de la Edad Moderna goza de buena salud, consolidándose como costumbre desde hace algunos años, el terminar la noche asando carnes y chacinas en el borrajo de la candela ya liquidada.

José Manuel Vázquez Lazo





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