domingo, 25 de agosto de 2013

25 de agosto de 1936. La ocupación de Zalamea la Real.


Notocia sobre la toma de Zalamea la Real en el Diario Odiel
 El día 17 de julio de 1936 las tropas de Melilla se levantaban en armas contra la República, adelantando las fechas previstas por los generales insurrectos para el golpe de Estado. El día 18, la sublevación se extendía a casi todo el país, y el día 19 ya era un hecho generalizado. La feroz polarización ideológica en la que se había instalado la sociedad española, el fracaso inicial del golpe de estado, puesto que no todo el ejército dio su apoyo a los golpistas, y el contexto político internacional, a las puertas de una crisis mundial ante el avance de los totalitarismos, desembocó en una cruenta guerra fraticida.
A mediados del año 1936, la victoria del Frente Popular en las elecciones del mes febrero -cuyo triunfo no había sido digerido por los sectores reaccionarios de la sociedad civil, religiosa y del ejército- aceleró los acontecimientos. La amenaza de un pronunciamiento militar era cada vez más sólida. El último Gobierno republicano antes del golpe, el liderado por Santiago Casares Quiroga, ya tuvo conocimiento del inminente levantamiento. Entre las pruebas más definitorias que tuvo Casares en sus manos, estuvo una carta enviada por el general Franco, donde le daba a conocer el descontento de gran parte la clase militar, y donde se hacía eco del grave estado de inquietud de la oficialidad. La trama golpista, dirigida por el General Emilio Mola, y seguida por otros generales como Sanjurjo o Franco, contaría con el apoyo político de los monárquicos del Bloque Nacional, liderado por el autocalificado fascista José Calvo Sotelo; por los tradicionalistas de Fal Conde; y por los integrantes de la copia ibérica del fascio italiano, Falange Española, dirigida por José Antonio Primo de Rivera. La colaboración de los sectores antirrepublicanos del Ejército, de gran parte de la Guardia Civil y de la ultraderecha española al golpe, no fue suficiente para lograr una victoria rápida, tal como había planeado Mola. De este modo, lo que en un principio había sido planteado como un levantamiento clásico de los muchos que se había llevado a cabo durante el siglo XIX, se convirtió en una encarnizada lucha y en una guerra fratricida que llevó al país a una cruel dictadura.
Uno de los frecuentes registros de armas que llevaba a cabo el Gobierno de la República para controlar la tensa situación que ya se vivía en ciertos sectores del Ejército, provocó el inicio de la sublevación. El que se llevó a cabo en la Alcazaba de Melilla el día 17 de julio fue obstaculizado por parte de un pelotón de legionarios, lo que dio origen al Golpe. A partir de entonces, los hechos se fueron desencadenando. Los conspiradores fueron tomando posiciones. En Andalucía el general Queipo de Llano sería el encargado de extender la sublevación. El sábado 18 de julio de 1936 daba inicio la Guerra Civil Española.
En Zalamea la Real la noticia del golpe fue asimilada con relativa inquietud por gran parte de sus habitantes. Ésta se había escuchado por radio el mismo 18 de julio, pero parecía que la lejanía del levantamiento no angustió de inicio a los zalameños. No obstante, a la mañana siguiente, y según extraemos de la obra de Fernández Seisdedos, los obreros sindicales del pueblo organizaron comités para detener a los miembros de derechas del pueblo: “A la mañana siguiente (de la insurrección del 18 de julio de 1936), los obreros sindicales del pueblo habían organizado unos comités para detener a las personas de derecha. Sólo detenían a los hombres, y los llevaban a la cárcel sin violencia ni hostilidad. Los comités de obreros fueron al cuartel de la Guardia Civil, donde no hubo ninguna resistencia y les entregaron todo el armamento. Muchos hombres del pueblo participaron en aquellos acontecimientos y en hacer guardia en la cárcel...”.
Gonzalo Queipo de Llano, cabeza del Golpe de Estado en
Andalucía, en una de sus famosas alocuciones radiofónicas.
La situación se fue haciendo más compleja por momentos en la localidad, donde la tensión se había manifestado desde el conocimiento del avance de las tropas golpistas hacia la Cuenca Minera. En esta línea, algunas crónicas citan la desesperación de los milicianos de los pueblos cercanos, que hastiados y temerosos de los bombardeos a los que estaban siendo sometidos, se acercaron a Zalamea para llevarse a los derechistas apresados con la intención de usarlos como escudos humanos.
Fuera ésta la causa o no del empeño de las milicias en llevarse a los presidiarios conservadores, sí ha trascendido fehacientemente la actitud valerosa del alcalde socialista Cándido Caro Valonero, que esperó a los obreros a la entrada del pueblo, en la zona del Pilar de las Fuentes. Allí, Caro Valonero intentó convencer de su error a las huestes venidas de los demás pueblos de la Cuenca, sin encontrar una respuesta positiva. Al llegar a la puerta de la cárcel, la columna de mineros se topó de nuevo con el alcalde, que se colocó en las puertas del recinto, impidiendo que se llevaran a los presos –unos ochenta- diciéndoles que “estos hombres son personas, no borregos que se trasladan de un aprisco a otro”. Los mineros, ante la persuasión de Valonero, decidieron dar marcha atrás a sus pretensiones y se retiraron a sus localidades de origen.
Otro de los objetivos principales por parte de los obreros fue la destrucción de los edificios religiosos. La Iglesia se había posicionado al lado de los insurrectos –la jerarquía tradicionalmente había estado al lado de los conservadores- y la ira de los obreros de izquierda también se cebó con ella. En Zalamea la Real, entre el 19 de julio y el 25 de agosto se llevaron a cabo actos contra la institución eclesiástica: se bloquearon las entradas a los locales de la Juventud Católica, a la propia iglesia, ...El coadjutor de la villa, José María Arroyo, apuntaba, con la crueldad que lo caracterizaría, lo ocurrido en aquellos momentos: “Tan bien marchaban las cosas (en el aspecto religioso) que los rojos montaron una vigilancia y bloqueo al Centro de Juventud y a la Parroquia. Hubo denuncias, encarcelamiento del consiliario, multas a toda la Juventud masculina y femenina, letreros indecentes y amenazadores. ¡Pobrecillos!, de esos letreros aún queda uno en la puerta de la iglesia con la palabra "muerte”, que es el jornal que ha cobrado aquella guardia roja por su vigilancia...”.
La iglesia parroquial, la Ermita de la Pastora, la de San Vicente y el Santo Sepulcro fueron incendiadas, destruyéndose todo lo que se encontraba en su interior. Cándido Caro no había podido impedir este hecho, tal como había ocurrido con su defensa de los presos de derechas. El alcalde, seguido de los concejales se dirigió hacia el lugar para impedir la quema, pero fue amenazado por los pirómanos, todos de fuera de la localidad, y hubo de refugiarse en el Ayuntamiento, de donde pretendieron echarlo no sin antes sustraer los enseres y la caja.
David Avery relata de la siguiente manera la quema del edificio: “En Zalamea la Real, una turba de obreros de Río Tinto encabezados por una vociferante mujer a quien los británicos llamaban ‘Miss América’ (pues trabajaba como sirvienta de un americano empleado en las minas), había atacado la iglesia, incendiándola. Afortunadamente, las llamas no destruyeron la totalidad del atractivo edificio, aunque se quemó una colección de documentos antiguos que pertenecían a la Iglesia y a la ciudad y unos viejos revestimientos de gran belleza...”. En la aldea de El Villar se quemó también la iglesia; en Las Delgadas, El Buitrón y El Pozuelo se saquearon estos edificios.
José María Arroyo, “el Breva”, narraba los acontecimientos desde su posición: “Y vino el 19 de Julio. Escopeteros rabiosos a la puerta del templo. El Santísimo que sale por la puerta del corralete recibiendo el alto de aquellos demonios con escopetas, la Majestad de Dios se abre paso en aquel mar de odios y mi casa se convierte en la casa del Buen Jesús.  A la hora son encarcelados los sacerdotes, los jóvenes de Acción Católica y los más valiosos de los católicos zalameños... Un pobre hombre que quería matar a Dios y a su Iglesia, se apodera de las llaves del templo y comienza la hazaña en que aquella noche tremenda se había de consumar. Serían las diez de la noche. Elementos indecentes, la basura del pueblo arrastró a todo hombre y joven que estaba en la plaza del paseo de la iglesia, para que todos participaran en la salvajada infernal que iban a perpetrar. La autoridad quiso impedirlo, pero ya era muy tarde...Cayeron puertas... y un volcán de humo y fuego fue la fosa de la riqueza artística de Zalamea: nobleza de esta villa que podía enorgullecerse de poseer uno de los museos más valiosos de toda la provincia. [...] Todo esto hicieron cenizas los diablos rojos, hijos de Satanás, enemigos de toda cultura, verdugos de toda opinión que no fuera la suya y sin un gramo de amor a su pueblo. ¡Dios los haya perdonado! Pues ya la mayor parte a manos de la justicia de España pasaron al tribunal de Dios [...]”
Expediente del Consejo de Guerra a Cándido Caro Valonero.
A poco más de un mes de iniciada la sublevación, las tropas nacionales llegaron a la Cuenca Minera. La Columna Varela, tropa formada por unos mil efectivos, sería la encargada de ocupar la villa. Espinosa Maestre cita a destacados elementos de la citada columna como el Guardia Civil José Fariñas, el Guardia de Asalto Lora, el requeté López de Tejada o el falangista Alfonso Medina. Además, la ayuda civil estuvo presente en Zalamea de la mano del gran falangista onubense, Rafael Garzón Rodríguez, y el Presidente de la Patronal de Huelva, el requeté Francisco Pajarón Jiménez. Tras el bombardeo inicial, se procedió a la incursión de los militares en la localidad, encontrando gran resistencia por parte de los zalameños afines a la República, que no dudaron en hacer uso de las escopetas de caza y de las armas requisadas en el Cuartel de la Guardia Civil durante un enfrentamiento, que duró cerca de una hora.
Antes de llegar a Zalamea, la Columna Varela se dividió en tres frentes, todos bajo la absoluta autoridad de Gumersindo Varela Paz: Requetés y Guardias Civiles a la derecha, con Fariñas en la dirección; fuerzas de Intendencia y Carabineros en el centro, con Pérez Carmona al frente; y a la izquierda, la Guardia de Asalto, dirigidos por Lora. Éstos últimos, junto con soldados de intendencia, al entrar por el oeste, la zona del cementerio, pudieron comprobar cómo reinaba un absoluto silencio en el pueblo, y cómo tan solo en un balcón ondeaba aún la bandera tricolor. Mientras tanto, por el levante y el sur hacía la incursión el propio Capitán Varela, cerrando la huida a los republicanos hacia Salvochea, o el auxilio que pudieran tener éstos desde Riotinto. El avance por el oeste fue exitoso, y una vez superado el terreno a la altura del cementerio, fueron tiroteados en los eucaliptales de la ermita de San Vicente. Pero el avance ya era inminente. Según cita el cacique conservero José Tejero Vizcaíno, en el diario La Provincia, los golpistas iban abriendo las puertas de las casas a culatazos, encontrando silencio en su interior –fruto, como no, del terror-. Al llegar a la Plaza, fueron tiroteados con una ametralladora desde la torre – algunos investigadores dudan de la colocación de este arma en dicho lugar -. Desde el ayuntamiento, algunos hombres aún resistieron el imparable avance de los insurrectos a lo que, siguiendo a José Tejero,... “un muchacho, hijo de don Manuel López Gómez, tuvo la suerte y el acierto de meter un tiro entre ceja y ceja a un marxista que batía la calle desde una ventana baja de la secretaría del Ayuntamiento”. Los presos fueron liberados y acto seguido, según relata Tejero orgulloso en el diario Odiel, se ejecutó públicamente en la Plaza a un individuo apodado “Matasiete”. Posteriormente hubo de hacer de nuevo frente a una columna de unos dos mil mineros que fuertemente armados, con explosivos y camiones blindados, intentaron reconquistar el pueblo.
Fosa común de la Guerra Civil situada en el término Zalamea la Real
José María Arroyo Cera de nuevo era explicito al narrar los acontecimientos: “El ejército de la España inmortal nos liberó el 25 de agosto a las 8 de la mañana. El 29 se celebró la primera misa, que precisamente fue aplicada por todos los fusilados. El 30 la primera Misa de Campaña y el 8 de septiembre, día de la Natividad de Nuestra Señora se comenzó a trabajar en la restauración del templo de Dios, que a los tres meses justos, con el auxilio de Nuestra Madre la Virgen Pura vamos a inaugurar. Inmediatamente las jóvenes católicas comenzaron su labor: ropa para la Iglesia, colectas a domicilio, comida y vestidos para los huérfanos, catecismo, bautizos de moritos que tenían padres cristianos, casamientos de los que se habían juntado por lo civil. Con mucha justicia se merecen que en la vidriera principal del templo se ponga su escudo. Los jóvenes católicos se alistaron los primeros a Falange, demostrando que saben no solo rezar, sino también con un fusil luchar por Dios y por España. ¿Quién ha hecho este milagro? La fe, la fe y la fe... La que inició este movimiento salvador. La que salvará a España”.
Tras la ocupación del pueblo, el Ayuntamiento democrático fue relevado por una Comisión Gestora que velaría por los principios del movimiento hasta la consolidación del golpe. Estaría formada por el Teniente Coronel José Ruiz Serrano como Alcalde, seguido de Luís González Lancha, José Pérez García y Antonio Rodríguez Bellido. Días más tarde, el 30 de agosto, el delegado del Gobernador Civil, el Teniente Diego Cano Bericat, nombraría una nueva Comisión Gestora: Justo González Bolaños como Alcalde, y Mariano Carvajal y Francisco Pérez de León Perea como gestores. En esa misma sesión se designarían como alcaldes de barrio a Justo Rabadán Gil en El Villar; Jose Mora Contreras en el Buitrón, Ignacio Moreno Domínguez en el Pozuelo, Bernabé Rodríguez García en Membrillo Alto, Ceferino Moyano García en Membrillo Bajo, Isidoro González Romero en Marigenta, Francisco García Ramírez en Montesorromero y Emilio Delgado Neto en Las Delgadas.

José Manuel Vázquez Lazo

jueves, 1 de agosto de 2013

Juan Cornejo Carvajal, el periodismo zalameño en defensa de la causa contra las calcinaciones al aire libre.

Juan Cornejo Carvajal
La sabia zalameña, tal como estamos viendo a lo largo de los artículos que se publican en este blog, nos trae es esta ocasión otro de nuestros personajes ilustres cuya biografía, que a continuación se detalla, sirvió como prólogo de la reedición "Los Humos de Huelva", auspiciada por Emilio Romero Macías y cuyo texto escribimos "al alimón" para aquella ocasión.
Juan Cornejo Carvajal, según consta en el Archivo Municipal de Zalamea la Real, nació en la calle Pie de la Torre  el día 23 de marzo de 1864 a las 11 de la mañana. Miembro de una familia acomodada (sus abuelos, tanto paternos como maternos, eran destacados hacendados), sus ascendientes hunden sus raíces en Zalamea la Real (no olvidemos que sus apellidos mantienen una arraigada tradición en la localidad), destacando entre sus hermanos, María, Esperanza y Jesús, el papel del mayor, D. Honorio Cornejo Carvajal, Vicealmirante y Ministro de Marina durante la Dictadura del General Miguel Primo de Rivera.
El Padrón de habitantes del año 1865 nos indica que su familia no aparece ya registrada en  la dirección en la que vivían desde 1860 (calle Cruz, número 3) y a partir de esta fecha podemos decir (mientras la documentación, que desgraciadamente se conserva en muy mal estado, no indique lo contrario) que la familia se traslada, con toda probabilidad, a Huelva. Su padre, José Natalio Cornejo, abogado de profesión licenciado por la Universidad de Sevilla en 1855, ostentaría a lo largo de su carrera destacados puestos a nivel provincial: Promotor Fiscal de Hacienda en la provincia de Huelva, diputado y tesorero del Colegio de Abogados, Diputado provincial por el Distrito de Zalamea la Real y Minas de Riotinto por el partido Alfonsino, Juez Municipal de Huelva, Magistrado Suplente de la Audiencia de lo Criminal, Abogado Consultor del Ayuntamiento de Huelva, y defensor de la causa contra las Calcinaciones al aire libre. Probablemente, José Cornejo pasaría parte de su infancia y adolescencia en la Capital onubense hasta trasladarse a Madrid,  donde suponemos realizó sus estudios de periodismo. Con 26 años nuestro personaje se consolidaría un periodista de renombre en la capital de España, hasta el punto que muchos autores lo catalogaban como “periodista madrileño”,  por su prolífera pluma escribiendo asiduamente en los diarios madrileños.
Las Teleras
Consecuente con los problemas de su tierra natal, de la que nunca se desvinculó,  se alineó con aquellos que lucharon contra las calcinaciones al aire libre en las minas de Riotinto a través de la publicación de numerosos artículos en prensa en los diarios “El Clamor”, “El Reformista“ y “Diario de Huelva” bajo el seudónimo de Cornouiller, convirtiéndose así en un antihumista más. De esta manera heredaba el espíritu de su padre, José Natalio Cornejo, que había ejercido de abogado de varios de los ayuntamientos de las localidades afectadas y de algunos particulares, elevando las quejas pertinentes al Gobierno por las nefastas consecuencias derivadas del proceso de las calcinaciones.
A finales del siglo XIX, los medios de comunicación tenían un papel social importante mediante la información y, en 1892, se publica en Madrid un folleto de este periodista zalameño, D. Juan Cornejo Carvajal donde exponía cómo la prohibición de las "teleras" donde se calcinaban las piritas de cobre de las minas de Riotinto, se había conseguido gracias a las quejas reiteradas del vecindario y a una violenta campaña de prensa; dicha obra llevaba por título “LOS HUMOS DE HUELVA”, cuya edición que presentamos se editó en el establecimiento tipográfico del Diario, sito en la calle Puerto 46 de Huelva.
El libro es una colección de artículos que se publicaron en estos diarios y viene acompañado de fotograbados y biografías de personajes en pro de la causa tales como Talero, Albareda, Romero Robledo, Conde Gomar, García Castañeda, etc., que se distinguieron por la defensa de la causa de los pueblos.
Portada de "Los Humos de Huelva"
Otros datos sobre nuestro ilustre personaje (aunque son escasos y salteados en el tiempo) indican su acercamiento a la política y su vinculación con el Partido Reformista de Melquíades Álvarez desde su fundación en 1912, compartiendo experiencias con otros importantes militantes del reformismo inicial como Manuel Azaña, José Ortega y Gasset, Fernando de los Ríos o Benito Pérez Galdós. Ese mismo año sería designado vicepresidente de la Junta provisional de este partido, en el Distrito de Palacio de Madrid.  Consolidando su posición política cuando se presentó por la Conjunción Republicano-socialista (como miembro del Partido Republicano Reformista) por el distrito de Palacio, en Madrid, en las elecciones de 1913.
Por otra parte, destaca su labor como taquígrafo y la publicación de la obra "Reseña histórica del arte taquigráfico" en 1889, resultado de su labor asidua en 50 años reuniendo más de 500 obras de taquigrafía española y extranjera, la cual donó a la Biblioteca Nacional costeando él mismo la edición, convirtiéndose así como la única obra de la historia de taquigrafía que se había publicado en España. Posteriormente fue miembro de la Sección central del Instituto Hipanoamericano de Taquigrafía, desde donde impulsó el estudio de la técnica y motivó fervientemente a los interesados al uso de la taquigrafía.
Falleció en Madrid el 1 de febrero de 1933 a los 69 años de edad, a las puertas del 45º aniversario de la tan fatídica fecha del 4 de febrero de 1888.
Es de reconocido derecho dar a conocer una de sus obras tan relacionada con la historia de nuestra Cuenca Minera.

Prologo para la reedición de "Los Humos de Huelva"
Emilio Romero Macías
José Manuel Vázquez Lazo.