sábado, 11 de enero de 2014

San Vicente Mártir vuelve a Zalamea. 75 años de una festiva tarde de enero.


Hace 75 años, la nueva imagen de San Vicente Mártir llegaba a Zalamea la Real en verdadero olor de multitudes. El regreso de la talla del Santo Patrón de la localidad para su veneración fue un reseñable acontecimiento en la vida civil y, por supuesto, religiosa de una localidad que se desangraba entre el hambre, la represión y el miedo del tiempo de posguerra. El día 19 de julio de 1936, a pesar del incesante empeño del último alcalde republicano de Zalamea, el socialista Cándido Caro, por evitar el incendio de las ermitas y la iglesia, se perdió el legado material de dichas construcciones entre las llamas.



No obstante, y a pesar de la pobreza en la que estaba inmersa la localidad y la miseria que envolvía a viudas y huérfanos, el tristemente recordado sacerdote José María Arroyo Cera, el Breva, logró levantar en un corto periodo de tiempo todo aquello que el fuego había arrasado meses antes. El día 7 de diciembre de 1936, Vísperas de la Purísima, se abrían las puertas al recién remodelado templo. El siguiente paso sería encargar las imágenes que habían sido veneradas históricamente en el pueblo. Entre ellas, por supuesto, la del Patrón.

Habitualmente se ha mantenido en el ideario popular la idea de que el Santo Patrón fue la primera imagen que llegó a Zalamea tras los incendios. Realmente no fue así. Sí es verdad que la parroquia encargó inicialmente dos imágenes: la Divina Pastora y San Vicente (además del retablo de la iglesia). Así en 1937 llegaron las dos primeras tallas, la Divina Pastora y San José, ambas de Sebastián Santos Rojas. En 1938 llegaría otra de las imágenes destacadas, el Crucificado de Antonio Bidón. Y sería en 1939 cuando llegó la imagen de San Vicente. Entonces ¿por qué esa idea asumida históricamente por las gentes de Zalamea de que la talla religiosa que llegó al pueblo fué la del Santo?La única explicación que se le puede dar es la veneración que en la localidad se le tuvo (y se le tiene) desde 1425 a San Vicente Mártir. Si las tallas llegadas con anterioridad no estuvieron envueltas en grandes festejos, San Vicente colmó las ansias religiosas de muchos zalameños quedando desmostradas en su regreso a Zalamea la tarde del 15 de enero de 1939. La imagen había sido encargada al escultor Agustín Sanchez-Cid Agüero (médico y catedrático de Anatomía Artística de la Escuela de Bellas Artes de Sevilla), y había sido costeada por Jaime Sanchez Romero en memoria de su fallecida esposa Amparo González Pérez de León.

Arroyo Cera, el Breva, relató pormenorizadamente aquel acontecimiento en las páginas de su Boletín parroquial:

“Si hubierais visto aquella tarde del 15 la alegría de nuestras calles; aquí gorros de regulares, allá los relucientes galones de un sargentillo, recién estrenaos que parecía un general de brigada junto a su novia, que con sus mijitas de pirrichi en los labios y sus ojos brillando de emoción se creía la pobrecilla casi, casi Maruja Queipo de Llano…”

La parafernalia militarista envolvía las palabras del sacerdote que, para la ocasión, ejerció como Hermano Mayor de tan antigua Hermandad:

“…allá los guerreros de infantería llenos de gloria en mil victorias, pero que la mamaita ha tenido que lavar y planchar a to meter siquiera, siquiera para que no salieran en la procesión los trimotores y asustaran al respetable público. Y aquel de caballería que iba por el acerado de nuestra plaza haciendo muy solemne chin chin, como si fuera el general Silvestre ¡que hubiera resucitado!”.

Para tan insigne acontecimiento, el sacerdote había enviado más de 400 cartas a los mandos militares de toda España  donde se encontraban sirviendo soldados zalameños. No olvidemos que la guerra aún no había acabado, así que tan solo se permitió el permiso a 76 soldados que llegaron con cuentagotas entre los días 15 y 22 de enero.

Ciertamente aquella tarde de enero debió de postularse como una verdadera fiesta, a pesar  de los pesares post-bélicos. El pueblo se trasladó al “Punto” a esperar la llegada de la talla de Sánchez Cid. El cielo amenazador de lluvia, propio de las fechas, zanjó las precipitaciones a eso del mediodía, cuando a partir de entonces parece ser que no cayó ni una gota, más allá de las lágrimas de los muchos que allí se acercaron. La imagen fue bendecida por José María Arroyo Cera, que estuvo acompañado en todo momento por Ruiz  y Camacho. De ahí se trasladó inicialmente al Ayuntamiento, a hombros de la soldadesca zalameña, por una férrea obsesión de José María Arroyo, que no dudó en ningún momento en convertir un acontecimiento civil y religioso de nuestro pueblo en un paseo militar por las calles de Zalamea (el paso, obra del mismo autor, había sido sufragado por subvención popular). Allí se hizo un primer descanso “mientras se cantaba el himno del Santo y Venancio con su pelliza nueva y una túnica nueva también tiraba sus famosos cohetes”.

De allí a la iglesia, donde se le tocó el que ya se había decretado como himno nacional por los golpistas, y donde se iniciaron los rezos y plegarias por parte de los zalameños. La novena se “celebró a gran orquesta, presidiendo y haciendo los honores de nuestra Hermandad nuestros soldados, durante la cual se recibió en el templo la noticia de la conquista de Tarragona (por las tropas franquistas), desbordándose el entusiasmo y organizándose una manifestación muy llena de entusiasmo” recogía el Correo de Andalucía para describir el acontecimiento.

A partir de entonces, la festividad del Santo se celebró como de costumbre. Novenario, Besamanos al Patrón y Procesión. Así, el acto del Besamanos debió ser multitudinario, pues según se indica, duró tres horas (por lo que intuimos que por allí pasó todo el pueblo). A ello se unió un refresco en el Ayuntamiento a iniciativa del capitán Antonio Mantero, “donde se cantó todo lo militar y religioso que amamos, luciendo su arte Peñita, Valero y Urbano” decía José María Arroyo.

Para terminar los actos lúdicos de ese mes de enero de 1939, se llevó a cabo una función de teatro representado por los niños y niñas de la Acción Católica,  de nuevo en honor de los militares, con la obra “El Modernismo y España”.

La procesión del día 22 fue el punto álgido de las celebraciones, donde “el Santo fue parando en la casa de todos los que dieron su vida por Dios y por España”, olvidándose en cura Arroyo, Hermano Mayor, de dar consuelo con la presencia de la imagen a esos otros zalameños que dieron su vida por el pan de sus hijos y las libertades democráticas. Tiempo complejos cargados de personajes oscuros.

No obstante, y olvidando por un momento los entresijos que envolvían a este tipo de actos religiosos, del que la España Nacional hizo buen acopio para su causa, los zalameños, en el mes de enero de  1939, vieron con buenos ojos la vuelta de la imagen que se veneraba desde hacía más de cinco siglos en nuestra Zalamea.  El Santo Patrón San Vicente Mártir volvía a pasera por sus calles antes de volver, como de costumbre, entre cohetes y luminarias, a su ermita más allá del Sepulcro. Las lágrimas y llantos, los rezos y plegarias, la ilusión y la esperanza envolvieron a esa difícil Zalamea  de posguerra con la vuelta de ese San Vicente que muchos de los presentes no dudaron en decir, al ver la nueva talla de Agustín Sanchez Cid, “ese es nuestro San Vicente”.