viernes, 25 de septiembre de 2015

1800. LA FIEBRE AMARILLA Y EL CADÁVER DEL LLANO DE SAN BLAS

La epidemia

El siglo XIX abrió sus puertas en Andalucía con una de las series epidémicas más desoladoras de cuantas habían devastado estos lares. Y eso que desde el siglo XV hay datadas pestes que periódicamente mermaron los índices demográficos de la zona. Así, el verano trajo al puerto de Cádiz, que ostentaba el monopolio comercial con el Nuevo Mundo, no sólo mercaderías procedentes de las Américas, sino la enfermedad tropical conocida como Fiebre Amarilla o Vómito negro. Ejemplo de ello fue el arribo el mes de julio de la corbeta Delfín, que procedente de los astilleros de Baltimore, y tras hacer escala en La Habana, dejó a los estibadores del puerto las mercancías propias del comercio y algunos cadáveres y moribundos con agudas señales de ictericia. El contagio apenas tardó un mes es extenderse por la ciudad, y poco después, a Sevilla.
A efectos sanitarios, ésta era (y es) una enfermedad vírica transmitida por la hembra del mosquito de la especie Aedes aegypti cuyos síntomas más acuciantes eran fuertes dolores de cabeza, fiebre elevada, palidez, escalofríos, pigmentación amarilla en la piel y en los ojos, hemorragia nasal difusa, dolores de hueso y vómitos verdes que llegaban a ser negros debido a las hemorragias digestivas. Llegados a este último estado, la muerte acaecía a los tres días. O lo que es lo mismo, la descripción que hacía de la epidemia un facultativo de la época: “… consistía en grabazón de cabeza, en sienes y ojos, dolor en las caderas y lomos, a lo que seguía calentura moderada con signos de plétora y postración de fuerza y pulso pequeño, indicio no dudoso de su malignidad. Los vómitos atrabiliarios, las hemorragias por nariz y por encías manifestaban la disolución, así como las ansiedades, delirios y otros síntomas nerviosos los atribuían a la debilidad de los pacientes. Al fin, siendo teñidos de pajizos los vómitos y los excrementos de algunos enfermos, y ellos mismos antes y después de muertos cubiertos del mismo color convinieron que era la fiebre amarilla o de América o typhus icterodes”.
Las noticias, por suerte para muchas localidades de la periferia de dichas ciudades, fueron más diligentes que el tedioso vuelo del mosquito transmisor del mal amarillo, y de los muchos afectados que, desconociendo la condena que corría por sus venas, se movían a duras penas de un lugar a otro mientras su piel se teñía de limonado color.

La Junta de Sanidad de Zalamea la Real.

Adelantándose a las órdenes que se oficiaron desde Madrid para todo el reino con fecha 17 y 30 de septiembre, a expensas de cubrir la necesidad de detener la epidemia, el cabildo zalameño, unos días antes, el 14 del mismo mes, ya formalizó la creación de la Junta de Sanidad  “…siendo notorias las enfermedades contagiosas que de algunos días a esta parte se están experimentando en las ciudades de Cádiz y Sevilla de las cuales temerosos muchos de sus vecinos  se salen de ellas a otros pueblos, y a ellos consiguientemente vienen otras distintas personas sueltas que deben sujetarse y contenerles la entrada para evitar que se introduzca el contagio que en sentir de muchas es inflama de peste para lo cual este ayuntamiento ha dado las providencias que ha tenido por oportunas y entre ellas las de poner centinelas a las entradas del pueblo. Pero siendo indispensables aún mayores providencias que todas no pueden estar al cuidado de sus mercedes por sus muchas ocupaciones de la villa y del Real Servicio, deseando liberarla en cuanto sea posible han acordado nombrar una Junta de Sanidad compuesta por seis individuos de los más principales de esta república….”. Sus miembros, los de costumbre para estos menesteres: Leandro Martín Serrano y Pedro Rodríguez (Alcaldes Ordinarios y Presidentes de la misma); José Martín Lancha, Cura Propio Beneficiado y Vicario; el Ldo. Álvaro Manuel Prieto y Lobo, cura; los vecinos Manuel Martín Lancha, Rodrigo Alonso Cornejo, Juan Beato Romero, Manuel López Romero, José Sánchez Bejarano y Andrés Gil. Dos meses más tarde, se nombraban a los médicos titulares de la villa, D. Lázaro José Baquero y D. Manuel González de Bolaños, y al Cirujano Titular, D. Antonio Ramallo, miembros con voz y voto en la Junta de Sanidad. Y no solo en cuestiones médicas, sino también gubernativas.

Las medidas de profilaxis.

El desconocimiento absoluto sobre la enfermedad, su contagio y su tratamiento y cura llevó a la Junta a tomar medidas de profilaxis para evitar el propio contagio. Así, en primera instancia se obligó entrar y salir de la villa tan solo  por  los cuatro caminos públicos,es decir, los que se dirigían a Valverde del Camino, Minas de Riotinto, el del Monte de Traslasierra y el Lugar de Calañas, obligando a los transehuntes a indicar de dónde venían. El incumplimiento del mandato iría multado con dos ducados y tres días de cárcel. Así mismo se instó a los dueños de los cerdos…” que los tienen en el pueblo y andan por las calles los retirarán de él, por lo nocivos que son a la salud público, y no lo habiendo en el término de tres días que se le asignen para que lo ejecuten se les corregirán con cuatro reales de vellón  por cada un cerdo que se encontrase en el pueblo”. Además de ello, se decidió demoler todos los estanques que existían en las inmediaciones del pueblo “…en los cuales con las lluvias y avenidas se recogen arrolladuras, estiércol y otras inmundicias, quedando la mayor parte con agua, que corrompida y fermentando otras materias, acaso sus vapores y hálitos produjeran muy malos efectos contra la salud, que tanto interesa su conservación[…]”. Y como medida estrella en esta deriva profiláctica se prohibió la entrada de aquellos ciudadanos que venían de la ciudad de Cádiz y Sevilla, que, aunque estuvieran sanos, debían hacer cuarentena de 15 días, previo reconocimiento médico, los primeros en el sitio de La Alberquilla, y los segundos en el Valle Sevilla, “…y que si no obstante de lo que se manda en este capítulo otros vecinos admitieren y ocultaren en sus casas a las expresadas personas sufrirán lo que contravinieren a este mandato 15 días de cárcel y además se les exigirán 10 ducados de multa…”La orden se haría pública inmediatamente por voz del pregonero del Concejo. Gregorio Rodríguez. A su vez se  determinó que para salir o entrar en la villa por los caminos determinados, haría falta un salvoconducto llamado Fe de Sanidad, que, a su vez, debían renovar en aquellas localidades que iban a visitar corroborar que volvían sanos a Zalamea.
En cada uno de los cuatro caminos citados se colocarían guardas para velar por las disposiciones emitidas por la Junta de Sanidad. Y por la salud de los mismos, vigilarían día y noche los miembros de la Junta, a saber: D. José Lancha, Vicario, y Andrés Gil a los de la Cruz de las Eras; D. Álvaro Manuel Prieto y Lobo cura beneficiado, y D. Juan Beato, a los del Pilarete; José Sánchez Bejarano a los del Camino de San Vicente; y Manuel Martín Lancha a los de la Fuente del Fresno.
Todas estas medidas, por supuesto, se aplicaban a las aldeas del término, que entonces eran 15. Los principales informantes en éstas y sobre éstas serían los curas de las mismas. El Vicario se encargaría de la correspondencia con los curas de Riotinto y Las Delgadas y al Prieto y Lobo con el Pozuelo y El Villar.
El 1 de octubre se emitía un bando donde se especificaban todas las nuevas medidas a tener en cuenta. Firmado por los Alcaldes Ordinarios y Presidentes de la Junta Leandro Martín Serrano y Pedro Rodríguez, estas decían:
1º. Se cierra esta villa y su término durante el actual contagio.
2º. No se admitan ningunas mercaderías que vengan de los pueblos contagiados […]
3º. No se admitirá durante el contagio personas ni familias que no sean vecinas y naturales de esta […] se prohíbe a todo vecino admitir ningún huésped forastero, sin que en el mismo momento de su venida se presente a la Junta con una relación jurada que exprese el nombre, apellido, lugar de nacimiento y última residencia, tiempo en esta y su destino a esta villa, para que la Junta determine.
4º. Los vecinos que vengan de los pueblos contagiados harán precisa cuarentena en la forma siguiente: los de Cádiz de 40 días desde que salieron de ella; y los de Sevilla y demás pueblos 20 días contados igualmente desde su salida. Y hecha la cuarentena no entrarán en la villa sin que proceda el reconocimiento de uno de los dos médicos titulares y la declaración de perfecta sanidad, reservándose la Junta la ampliación de los 20 días si fuese necesario.
5º. Ningún vecino ni persona de este pueblo podrá salir de él sin la fe de sanidad  […].se prohíbe a todo vecino el salir ni entrar sino por los cuatro caminos siguientes: Cruz de las Eras, Fuente del Fresno, San Vicente y Pilarete.
6º. Los arrieros […] no podrán entrar ni hacer noche dentro de esta villa, sin que detenidos por los guardas entreguen a uno de estos la fe de sanidad […] Y hallando que no han estado en los pueblos contagiados, les permitirá la entrada, intimándoles que salgan el día siguiente de la villa […]
7º. Se creará la Policía de los Lazaretos.
8º, 9º y 10º. Habrá dos Lazaretos, que serán Valle de Sevilla, Alberquilla y San Blas. El primero servirá para los que vengan sanos y el de San Blas para los que caigan o vengan enfermos. […] En ambos estarán los que hagan cuarentena, sin comer, tratar de mezclarse los unos con los otros, y solo podrán hacer esto los que hagan venida de un mismo pueblo, y en un mismo día, bajo la pena de que si uno en cuarentena trata con otro que ha venido posteriormente deberá seguir la cuarentena con el último.
11º y 12º. Si en el Lazareto de los sanos cayese alguno enfermo, precedido el reconocimiento del médico, será trasladado al Lazareto de los enfermos, si la enfermedad es el contagio.
12º y 13º. En cada Lazareto se pondrán dos guardas, a costa de los que lo ocupan a prorrata según los días. […] éstos se situarán  en los sitios que se les señalará, y no tratar ellos mismo, ni permitir, que ninguna persona de ninguna clase y condición que sea, trate con los que están en cuarentena, bajo la pena de 10 ducados y dos meses precisos de cárcel, y en caso de reincidencia de proceder según derecho.
14º. Se prohíbe a todo vecino ir a los lazaretos bajo la pena de 20 ducados de multa y 20 días de cárcel que se le harán pasar después de sufrir la cuarentena a que se le obligará.
15º. Los padres, madres, mujeres o cualesquiera interesado que envíen comida a los del Lazareto, se presentará a la Junta y señalará la persona que quiere la lleve, y la llevará ésta, y no otra, y la entregará al guarda, el que la pondrá en el sitio que se le señalará.
16º. Si alguna persona quisiese escribir a los del Lazareto, podrá hacerlo libremente, y recibir respuesta, pero las cartas las recibirán los guardas y las respuestas que recojan las mojarán en vinagre antes de entregarlas a los interesados.
17º. Antes de entrar los del Lazareto uno de los médicos titulares examinará las ropas que traigan y se obrará según su declaración.
18º y 19º. Se prohíbe a todo vecino llevar víveres o cualquier otro socorro a los pueblos contagiados o sospechosos […] Si éstos pidiesen víveres o cualquier otro socorro se les suministrará con toda prontitud, y haciéndose las compras y ventas fuera de esta villa, y con presencia e intervención de dos diputados de la Junta para evitar todo tipo de contagio.

Los insensatos.

A pesar de las devastadoras noticias que venían desde Sevilla, Cádiz y Málaga, hacia donde se había extendido la epidemia, y las medidas  preventivas y sobre todo, sancionadoras que había impuesto la Junta de Sanidad, no fueron pocos los vecinos que hicieron oídos sordos a lo que acontecía. Y los casos más flagrantes fueron los de los propios miembros del Cabildo o de la Junta de Sanidad.
En este sentido, el diputado José Santana de Bolaños incurriría en varios quebrantamientos: El 18 de septiembre, la Junta se hacía eco de una anomalía en el protocolo. El vecino Ramón Sevillano, mozo José Santana de Bolaños se había sacado la pertinente Fe de sanidad para trasladarse a la villa de Santa Bárbara. Pero en su lugar fue a la de Castilleja de la Cuesta, que a la postre, estando a las puertas de Sevilla, era uno de los lugares presuntamente más afectados por el contagio. A la vuelta, se le envió directamente al Lazareto del Valle Sevilla. Y al mismo José Santana se le prohibió la fe de sanidad para desplazarse a la villa de Aznalcollar debido a las noticias de que allí, en Salteras, Umbrete, Guillena y Cantillana se ha extendido la epidemia. Días más tarde, volvería a infringir las disposiciones indicándose que hacía días había salido sin permiso con sus gañanes a la Dehesa del Rincón, cerca del Castillo de las Guardas. Se instó a su mujer, María Sevillano, que no lo acogiera en su casa hasta saber si había estado pueblos sospechosos de contagio. Se le impuso una multa de 10 ducados y 15 días de cárcel, además de hacer cuarentena al volver.
Pero más flagrante fue la actuación de Pedro Rodríguez, Alcalde Ordinario y Presidente de la Junta de Sanidad. Así, el vecino Juan Lorenzo Rodríguez había solicitado una fe de sanidad para que Pedro Mojedas, hijo de Pedro Rodríguez, pudiera desplazarse a Sanlúcar la Mayor a entregar una carta y recoger cierta cantidad de maravedíes. Al mismo Juan Lorenzo Rodríguez se le había denegado el pasaporte por las sospechas de que en dicho lugar la epidemia estaba afectando al vecindario. Ante la insistencia de Juan Lorenzo Rodríguez y la negativa del E.P. de la Junta, intervino directamente el Alcalde Pedro Rodríguez, para que se le entregara dicha licencia. Enterados el resto de integrantes de la Junta, ordenaron impidieran la entrada de Mojedas a la villa “…ni los efectos que trajese hasta que con seria reflexión se determinase lo más conveniente a precaver se comunicase dicho contagio; y quedó muy informado el expresado señor Pedro Rodríguez de esta determinación, y que instruyese al citado su hijo…”.
Pero Pedro Rodríguez, aún ostentando el cargo que tenía, hizo caso omiso de las indicaciones de la junta que él mismo presidía: “Y quando esperaba la junta se cumpliese puntualmente ese mandato maiormente por quien debe por su distinción y carácter dar ejemplo a este vecindario, se ha dado noticia que luego que llegó a las inmediaciones del pueblo el nominado Joseph Moxedas, y detenido por los guardas que están en el camino de la Cruz de las Eras, y como a los veinte pasos que les está mandado reciban a las personas que vengan con destino a esta villa traigan o no pasaporte hasta que se determine por uno de los diputados de la Junta….”
El aviso se pasó al mismo Pedro Rodríguez, que se presentó en el lugar con otro hijo, Dionisio. Y a pesar de las advertencias que reiteradamente le hicieron los guardas para que siguiera el protocolo que él mismo había determinado en la junta, Pedro Rodríguez se acercó a su hijo y recogió una carta destinada a Juan Lorenzo. Al mismo tiempo llegó el citado Juan Rodríguez, “…que habló muy de cerca con el expresado Joseph Moxedas tanto que recibió de su mano trescientos maravedíes y posteriormente la citada carta…”. Además, a requerimiento de los guardas, José Mojedas no entregó ninguna fe de sanidad que indicara que el lugar que había visitado estuviera fuera del contagio. La Junta obligó a Pedro Rodríguez a hacer cuarentena durante 8 días en las casas de su morada; a Juan Lorenzo Rodríguez otros 8 días en el Lazareto de la Fuente de la Alberquilla y al pago de una multa de 4 ducados. A José Mojedas otros 8 días en el mismo lugar. Todos ellos sin tratar ni comunicar con persona alguna, para lo que se les pondría un guarda que ellos mismo deberían pagar.El propio Pedro Rodríguez, que quebrantó su propia cuarentena, , no asistió nunca más a las sesiones de la junta, e intentó en varias ocasiones disolver a la junta, pero los medios legales se lo impidieron.
Además de ellos, la documentación cita las penas impuestas varios vecinos: a  José Sixto de Bolaños, presbítero, que salió a dar misa a la aldea de Riotinto. A la vuelta se encontró las vías de comunicación cortadas por las muestras de contagio existentes en las Reales Minas de Riotinto, que había producido la muerte de José Infiesto y dos soldados. Tuvo que pasar 8 días de cuarentena en la Ermita de San Blas; al vecino Manuel Palmar, al no traer fe de sanidad tras su regreso de Alosno, también debió pasar 8 días en el Lazareto de la Fuente de la Alberquilla; a Francisco y José García, molineros en el Río Tinto, por quebrantar la cuarentena de la Aldea de Riotinto, 10 ducados de multa y 15 días de cárcel; A Manuel Gómez de los Reyes, molinero, por no haberse presentado en la villa por orden del alcalde de la aldea de Riotinto, Vicente López, por tardar un día, 4 ducados de multa; o a Diego Lorenzo Serrano y Pedro Vázquez de Antonio, que sufrieron cuarentena en la Fuente de la Alberquilla por no acreditar de dónde vienen ni cuánto tiempo habían estado fuera de la villa¸ se multó también a los vecinos de la Aldea de Riotinto, el hijo de Ramón Lancha, el de José Rodríguez y Vicente Porrón con 15 ducados por ir a la villa de Gerena, contagiada, sin permiso. Además de hacer la cuarentena estipulada; y para terminar decir que se multó a Antonio y Manuel Domínguez y a Pablo Ruiz con 4 ducados por entrar en la villa por un lugar distinto de los 4 caminos indicados, a pesar de las voces que le dieron los guardas.

 Los muertos

No existen datos oficiales sobre el número de multados ni penados a hacer cuarentenas en Zalamea y en su término, al margen de las citadas anteriormente. Y no podemos aventurarnos a decir si fueron más o menos, si los lazaretos estuvieron a llenos o cuántos fueron los que presentaron síntomas de la epidemia. Los estudios indican que se produjeron 7.387 víctimas en Cádiz, unas 10.000 en Jerez o 6.884 en Málaga. Además, casi el 70% de la población de cada ciudad cayó enferma. Para más referencia, y los datos son extrapolables al resto de las ciudades citadas, de una población de 80.500 habitantes en la Sevilla de 1800, fallecieron  14.685 vecinos, además de caer enfermos más de 76.000 de ellos y huir más de un millar. Aquí, afortunadamente las cifras fueron menos devastadoras.
Destacar el caso del vecino de las Reales Minas de Riotinto, Juan Infiesto, y de dos soldados afincados en el lugar. Los tres habían ido a Sevilla y se habían contagiado de la enfermedad. Fueron las dos primeras víctimas contabilizadas para la zona. Sus muertes provocaron el cierre total del tránsito por las minas y la creación de lazaretos en las mismas, que, dicho sea de paso, se llenaron de personas cumpliendo cuarentena. Es el caso de Francisco Martín de Los Canos, que a pesar de las muertes de Infiesto y los soldados, de estar en cuarentena la Aldea de Riotinto y de estar cerrados al tránsito las Reales Minas de Riotinto, estuvo en Las Delgadas tratando con José Delgado del Pozuelo, morador de ella. Se le ordenó volviera e hiciera cuarentena en el sitio de La Morita, donde ya la cumplían varios operarios de las Reales Minas de Riotinto. Además, se le multaría con 10 ducados por su desobediencia y 15 días de cárcel.
Todo aquel que tuvo contacto con los difuntos fueron apartados del resto del vecindario. El caso extremo ocurrió con Ramón González vecino de El Villar, que facilitó a los soldados fallecidos en las minas, un dornillo y cucharas en que comieron. Su mujer e hijo debieron hacer cuarentena de 8 días en La Alberquilla. Y se cerró la comunicación con la aldea durante este tiempo. Además, los sepultureros hicieron cuarentena en la Fábrica de Fundición. Los vecinos que habían tenido contacto con ellos en el Lazareto de Quebrantahuesos; y a la viuda de José Infiesto, su compañera María del Carmen y el Interino Correo José Mayo en el Lazareto de Los Planes. Vicente Letona, Administrador de las Reales Minas de Riotinto, enviaría una carta (firmada también por Atanasio José Rodríguez)  donde indicaba que tras la muerte de Infiesto, el cobertor blanco y las demás ropas de cama se sumergieron en uno de los silos de los pozos amargos; los zapatos, una capa que llevó el difunto en su último viaje a Sevilla, una chupa, las ropas y los bancos de cama fueron quemados en presencia de tres diputados para mayor seguridad.

Un cadáver en San Blas.

En la villa de Zalamea sólo tenemos un caso de fallecimiento. El 24 de noviembre de 1800 llegaba la noticia a la Junta de Sanidad de la venida por el Arroyo de Beas del vecino José Caballero. Regresaba de la ciudad de Cádiz, donde desafortunadamente se había contagiado. Ese mismo día entró en la villa por la zona de los pocitos, moribundo sobre una bestia, y acompañado de su hijo José Caballero. Una vez examinado por los médicos,  lo declararon gravemente enfermo Enviaron al padre, al hijo, a la caballería y  todas sus pertenencias al Lazareto de San Blas. Y se prohibó a sus mujeres e hijos ir a visitarles.
Pero José no pudo con la enfermedad y murió poco después de su retorno a Zalamea. La Junta de Sanidad emitió entonces una diligencia sobre el caso, donde se mandaba a  “…Agustín Bernal, guarda de José Caballero, difunto, hiciese a espaldas de la ermita del Señor San Blas, a una buena distancia,  una hoya o fosa de dos varas de profundidad la que concluida rogaron y suplicaron a Joseph Caballero menor, asistente o enfermero del difunto llevase por Dios y en caridad el cadáver del dicho su padre a enterrar. Hízolo al fin, y lo dejó perfectamente cubierto y a satisfacción nuestra en términos que ningún daño pueda sobrevenir al cadáver. Después teniendo anticipadamente una porción de leña, le hicimos al dicho Joseph quemase la ropa de su uso, el de su padre y el burro y también los muebles y cachos todos sin perdonar lo más mínimo. Después le hicimos abriese el techo del cuarto donde murió su padre y estando despejado hizo dentro de él una grande hoguera de romero y ruda para con sus perfumes purificarlos, y también todo aquel recinto….”A José menor le hicieron desnudarse y lavarse todo el cuerpo con un mejunje de romero y ruda cocido en vinagre. A la hoguera tiró la ropa,  el cabo y la azada con que enterró a su padre. Después se le trasladó al Lazareto del Valle de Sevilla, desde donde a iniciaos de 1801, una vez pasada la cuarentena, inspeccionado por los médicos, y lavado reiteradamente con vinagre, romero y ruda, pudo volver a hacer vida normal. En la caballería que trasporto el cuerpo enfermo de José Caballero, que tras pasar varios días al raso no presentó ninguna anomalía, trasladar a la viuda a visitar la tumba del llano de San Blas.


                                                                                                                     José Manuel Vázquez Lazo