lunes, 25 de julio de 2016

LA BOTICA DE FRANCISCO BORREGO: UNA FARMACIA DEL SIGLO XVIII EN ZALAMEA LA REAL

 La historia de la medicina, o en este caso, el de la farmacología, es tan apasionante como la de otros ámbitos de nuestra sociedad. Más aún si entre sus postulados iniciales, al método científico unimos ciertos elementos esotéricos y fantásticos, propios de la alquimia o la nigromancia. Y es que algunos de elementos de la quintaesencia alquímica perduraron en el tiempo, al menos hasta bien entrado el siglo XIX.
Sabemos que desde el siglo XVI a lo que hoy conocemos como Farmacia, ya se denominaba Botica. Aunque no es menos cierto que esa denominación (también botiga) se usaba de forma general para otro tipo de negocios. No obstante, centrándonos en el tipo de productos que ahora nos conciernen, las boticas aglutinaban en sus estanterías hierbas medicinales, remedios naturales y productos químicos para hacer frente a todo tipo de enfermedades, para la elaboración de productos cosméticos, para embalsamar, para curtir el cuero (proceso muy arraigado en la Zalamea de antaño), para teñir, e incluso mercadeaban con elementos de aderezo para la cocina del momento. De ahí el dicho popular “haber de todo como en botica”.
Acerquémonos pues a una de las boticas asentadas en Zalamea en el siglo XVIII para observar qué había de puertas para adentro. La distribución habitual contaba con tres habitaciones: la primera, con los vistosos anaqueles cargados de botes de vidrio opaco o traslucido, tarros y frascos,  era donde se atendía al público. De ahí se pasaba a la rebotica, donde se almacenaban los productos que más adelante veremos; y por último el obrador, donde Pedro Borrego, boticario del lugar, realizaba sus preparados haciendo uso de las redomas, tamices, escofinas, granatarios, pesos de onzas, morteros de mármol, espátulas, almireces, alambiques, martillo y balanzas, mezclando los ingredientes y creando útiles (y no tan útiles) preparados para preservar la salud de sus vecinos. Un mundo entre la ciencia farmacéutica y ciertos resquicios de los antiguos usos de los alquimistas.
Francisco Borrego, consiguió su titulación realizando un examen ante un médico, protomédico u otra autoridad versada en la materia. Para acceder a la prueba ya debía llevar a sus espaldas cuatro años de experiencia laboral junto a un boticario titulado como mozo de botica, y tener más de 25 años. En la oposición se examinaría de latinidad y teoría, y posteriormente debería realizar una prueba práctica en una botica donde se aprobaría su conocimiento sobre las drogas,  yerbas, la preparación de compuestos y su aplicación.
En 1784, tras su muerte, el Escribano Público de la villa, Miguel Bernal de Contreras, procedía a realizar el inventario de los bienes de la Botica, a petición de las herederas del boticario (sus dos hijas, María e Isidora Borrego, fruto del matrimonio en segundas nupcias con  Thomasa Gallardo), con la finalidad de proceder al aprecio de los enseres y, presumiblemente, derivar a la venta a un nuevo boticario. Al frente de la tasación, además de los integrantes legales del proceso, estuvo otro de los boticarios de la localidad, Pedro Clavero, que dado sus conocimientos en la materia, era el más indicado para llevar a cabo la valoración de todos los elementos. A partir de dicho inventario, podemos apreciar cuáles eran los remedios utilizados en una botica del siglo XVIII en Zalamea la Real (y por supuesto, en todo el Reino). Muchos de ellos, más cercanos a la herboristería tradicional, aún se conservan en nuestras casas como remedios caseros. Otros, por su elaboración y uso de elementos químicos, cayeron en el olvido. El resto, fueron evolucionando hasta el día de hoy.
Para no hacer extremadamente soporífero el análisis de los productos del inventario (más de quinientos elementos de relevancia) haremos una selección de los mismos para presentarlos al lector. Sí es verdad que la mayor parte de los productos se usaron como remedio frente a diferentes afecciones, por lo que, al margen de realizar algún apunte, no vamos a describir sus usos teniendo en cuenta la extensión del artículo para esta revista.
Comencemos con las aguas. Fueron muchas las preparaciones realizados mediante la cocción de plantas medicinales. La infusión de las mismas dio paso a una serie de productos que mucho o poco, actuaron contra ciertas enfermedades. En los vidrios de Francisco Borrego se conservaban las siguientes: Agua de borrajas Agua de culantrillo, Agua de Llantén Agua de Toronjil (para los entuertos que vienen después del parto), Agua de escarola), Agua de cerezas dulces, Agua de malvas, Agua rosada, Agua de cal, Agua de canela,  el Agua de Sal y el Agua de suero destilado, para preparaciones; y la famosa Agua de la Reina, considerado el primer perfume (romero, lavanda y alcohol).Junto a ellas, jarabes y ungüentos constituían otro de los bloques medicinales más destacados. De los primeros conservaba en sus estantes el de adormideras blancas, el jarabe de agar o melaza, y el de arrayán. Respecto a los segundos, ya encontramos una nutrida variedad: ungüento opilativo, de plomo, de dátiles, de la condesa, de calabaza, blanco, caustico, de arthanta, de cinabrio, egipciaco, de álamo, de hisopo, de gripo, de poligonato, y de Zacarías.
También se apreciaron un suculento grupo de botes llenos de aceites y bálsamos. Para aliviar dolores musculares y otros padecimientos, aplicados sobre las zonas afectadas, o como purgantes o neutralizantes de otras dolencias, administrados por vía oral (lo cual debía ser harto desagradable) estos mejunjes constituían uno de los elementos más demandados por la población doliente. Así encontramos aceites de tusilago, de trementina, de lombrices, de azucenas, de manzanilla, de zorro, de verbena, de eneldo, aceite dulce con fuego, de alacranes, de hipérico, de aceitunas verdes, de almendras, aceite común, aceite esencial de salvia, esencia alhucema, de mejorana, de ladrillo o filosofal, de anís esencial, de romero, de Kermes, y de almendras dulces. Junto a los aceites, los bálsamos: bálsamo peruviano sólido, de cachorros, de calabaza, bálsamo negro, de copaiba, bálsamo anodino, bálsamo cathólico, bálsamo diavotano, bálsamo alcedo, de María, y estoraque. Haciendo uso de su dilatado conocimiento y de los manuales de farmacia que recogían las recetas precisas para la elaboración de los medicamentos (los recetarios también se incluían en su inventario) Francisco Borrego, en el obrador, realizaba este tipo de elaboraciones, además de otras como las píldoras de Cinoglosa, Protusi, de ruibarbo o marciales; o los emplastos de aquilón menor y mayor, agomado, confortativo, negro, meliloto, de cicuta, opiáceo, manus dei, de ranas con mercurio, de almaciga, carminativo y matricial.
Pero para llevar a cabo su cometido, el boticario debía contar con una importante reserva de ingredientes que hicieran posible completar las preparaciones que se indicaban, por ejemplo, en la Palestra Pharmaceútica Chymico-Galenica de Félix Palacios. Así, los anaqueles de la rebotica estaban repletos de todo tipo de semillas, raíces y hierbas aromáticas y medicinales, así como de elementos derivados de animales y un profuso grupo de elementos químicos. En primer lugar citaremos a los polvos, donde podemos apreciar analizando su nomenclatura, cierto arraigo de las antiguas artes galénicas: polvos contra aborto, polvos del papa Benedicto, de guteta, tres sándalos, polvos diamargariton, de rosa, de jalapa, de ojo de cangrejos, restrictivos, de sándalo rubio, de aro, y polvos de Marte. Además de estos productos ya preparados, el boticario almacenaba los elementos químicos, sales y minerales necesarios para llevar a cabo sus amalgamas: espíritu de vino, azufre, vitriolo rubio o colcota, albayalde, regulo de antimonio, alumbre, harina resolutiva, tintura laca espirituosa, piedra hematite, almártaga, ojimiel, areno, piedra medicamentosa, plomo quemado, sal coagulada, vitriolo blanco, espíritu de hollín, arsénico amarillo, cardenillo, cristal montano, limaduras de fierro, piedra magnética, sal de Saturno, extracto católico, sal amoniaco, piedra lipis, piedra pómez, sal prunela, sal de Inglaterra, extracto de oro, arcano duplicado, sal de nitro, crémor tártaro, tucía preparada, minio, kermes, antimonio marcial, hígado antimonio, tintura de mirra, leche virgínea, tierra sellada, filonio romano, láudano opiado urinario, tártaro violado, espíritu de succino, precipitado blanco,  tintura de succino, azoque, elixir propietatis, tintura antitética, concepción de kermes, gentil cordial, láudano líquido, azafrán de los metales, elixir vites, antiséptico de potasio, diascordio, mercurio dulce, sal polieresta, trementina de Venecia, espíritus torácicos de minio, oro entero, libro de plata, sen menudo y entero, guillen cerben, contrarotura, manteca de azahar, unción fuerte, manteca de cacao, triaca, manteca de camuesas, manteca de baca, manteca de Saturno, electuario diacatolicón, vinagre de Saturno, solimán malo y agua fuerte.
El grupo más nutrido en la rebotica era el de las plantas naturales. Usadas por sus propiedades medicinales, en su amplio espectro Francisco Borrego las mantenía secas o recién cortadas (muchas de ellas formaban y forman parte de nuestro entorno natural), en semillas o raíces. Éstas eran: borrajas, escorzonera, cubeba, visco porcino, hermodátiles, díctamo blanco, flor de azufre, mirabolanos, pimienta, agallas de levante, alorbas, zaragatona, mostaza, cártamo, alquitira, eléboro negro, sándalo, jalapa, nuez moscada, clavos, agnocasto, cebadilla española, lechuga (ponzoñosa), aristoloquia, díctamo de creta, ipepacuana, peonía, aloes socrotinum, cardo santo, santónicos de Alejandría, escamonea de Esmirna, incienso, opio, mirra, bedelio, asafétida, euforbio, sagapeno, succino amarillo, opopónaco, argento, almáciga, extracto de tormentilla, tamarindo, ládano, tila, estoraque, alcanfor, eléboro blanco, linaza, caraña, tintura de azafrán, margaritas, pulpa de caña fistula, lirios de Florencia, mortiños, adormideras, anacardos, sauco, alcaparras, mirra, azofaifas, yerbabuena, violetas, cidra, hipérico, manzanilla, doradilla, yedra, amapolas, zarzaparrilla real, cantueso, altamisa, ruibarbo, flor de terreno, cortezas de naranja, gálbano, centaura, betónica, quina, resina de levante, pez rubia, escordio, polipodio, palo dulce, balaustria, tusilago, calaguala, achicoria, consuelda, ásaro, galanga, ésula, bistorta, Sangre de Drago, Goma de junípero, goma yedra, copal en pasta, goma arábiga, goma laca, goma de palo santo, resina de jalapa y goma armoniaca, entre muchos otros.
Pero quizás los elementos que más acercaban el trabajo de boticario a la alquimia de la antigüedad eran aquellos productos de origen animal: cantárida, rasura de marfil, cuerno de ciervo, madreperla preparada, castóreo, antifebril de conchas, cuerno de ciervo filosófico tinturado, carne momia, carne anima, esponjas, cochinillas, mandíbula de pez lucio, espíritu de cuerno de ciervo, uña de la gran bestia, espíritu de almizcle, cráneos, mandíbulas, y dientes de jabalí.
Generalmente, el médico de la localidad recetaba al enfermo el medicamento que necesitaba para aliviar su dolencia, y como hoy en día, el paciente se acercaba a la botica para que el droguero le elaborase la preparación. A través de la cédula (receta), el boticario elaboraba la medicación estipulada por el médico. No obstante, la experiencia de éste le permitía recetar si hacer una consulta previa al médico, acto que la mayor parte de los enfermos agradecían, puesto que así se ahorraban el pago de la consulta médica.
El aprecio del material de la botica ascendió a 1999 reales, que junto a los 2672 reales de la tasación del resto de posesiones del boticario Francisco Borrego, dejaron a cada heredera la no poco estimable cifra de 2335,5 reales.

José Manuel Vázquez Lazo

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